ANGELES DEL CIBERESPACIO.
Publicado en la revista Selecciones versión Internet.
Para las víctimas de los hostigadores de la Red, estos voluntarios son una bendición.

Por Hal Karp

Incluso comparado con la mayoría de los adolescentes, Gary* era un as de Internet.
Cuando, en 1997, cumplió 16 años, ya era experto en la creación de sitios, y hasta
había hecho una "gira" por el ciberespacio con su banda de rock, pero su pasatiempo
favorito era mucho más sencillo: le gustaba visitar las salas de conversación virtuales
(chat rooms), donde la gente se reúne a "chatear", o platicar en vivo. Todas las noches,
a las 9, hacía contacto con una sala y se quedaba charlando durante horas con usuarios
desconocidos de todo el mundo.

Una noche apareció en su pantalla un mensaje privado de una mujer que decía llamarse
Terri: "¿Te gusta que te hagan cosquillas?" Pensando que se trataba de una broma, él
contestó: "Por supuesto". Iba a lamentar esa respuesta.

Desde entonces, cada vez que entraba en la Red, Terri ya lo estaba esperando. Decía
ser una universitaria de Boston, y sus mensajes siempre trataban de cosquillas y sexo.
A Gary le resultaba muy molesta, y no le hacía ningún caso.

Sin embargo, una noche lo dejó helado al ofrecerle dinero por un vídeo en el que se
dejara filmar mientras lo ataban y le hacían cosquillas. Decía que su pasatiempo era
coleccionar esa clase de cintas. Gary le respondió que lo dejara en paz.

Lejos de desistir, Terri le envió una andanada de mensajes preguntándole por el vídeo.
En una ocasión lo amenazó con ponerse en contacto con sus padres y, para demostrar
que podía hacerlo, escribió la dirección y el teléfono de la familia.

Asustado, Gary contestó enfáticamente: "¡DÉJAME EN PAZ!"

Terri no escarmentó: atacó la página del chico en Internet, que quedó llena de mensajes
obscenos y amenazas; bombardeó sus direcciones de correo electrónico con más de
30,000 mensajes, lo cual mantuvo cerrados los buzones durante meses. Incluso lo hizo
figurar en una lista como dueño de un sitio de Internet que ella dirigía y en el que pedía
vídeos pornográficos de jóvenes de 18 años. Gary empezó a recibir cartas hostiles de
usuarios indignados.

A los cuatro meses del primer mensaje de Terri, el acoso iba en aumento y Gary no
sabía qué hacer. El mundo virtual que tanto quería estaba destruido; su nombre,
mancillado, y se sentía impotente.

Una noche, mientras comentaba su situación en una sala de conversación, apareció en
su pantalla el mensaje de un desconocido: "Soy un ángel del ciberespacio; puedo ayudarte".

Gary no sabía de la existencia de esos ángeles, pero no tenía nada que perder, y contestó:
"Está bien; ayúdame".

El ángel puso manos a la obra de inmediato. Conversando con el chico hasta altas horas
de la noche, le enseñó a rastrear e investigar al hostigador con la computadora, e incluso
a averiguar su dirección electrónica y su domicilio. Terri ya no iba a poder escudarse en el
anonimato.

Después de aconsejarlo, el ángel desapareció, y Gary se quedó sin saber quién lo había
ayudado, hasta que más adelante descubrió el sitio de CyberAngels
<http://www.cyberangels.org> ("Ciberángeles").

"No podía dar marcha atrás". Gary se había encontrado con uno de los más de 1300
voluntarios provenientes de todos los sectores sociales (amas de casa, profesionales,
artistas, estudiantes), que han integrado la primera y más numerosa organización de
seguridad de Internet. Entre todos vigilan la Red las 24 horas del día, luchando contra
la pornografía infantil y protegiendo a los usuarios contra acosadores, pedófilos y otros
delincuentes del ciberespacio.

Como trabajan en casa con computadoras personales y están repartidos en más de 14
países, la mayoría no se conocen en persona. Aun así, forman un equipo internacional
que sólo habría podido constituirse en el mundo sin fronteras de la Red.

La directora es Parry Aftab <http://www.cyberangels.org/about/aboutparry.html>,
abogada de Nueva Jersey que en 1998 se dedicaba por entero a su trabajo de socia de
un bufete de derecho internacional especializado en la Red. Entonces, un amigo suyo le
dijo que el director ejecutivo de CyberAngels había renunciado, y ella accedió a ocupar
el puesto como interina.

Días después le enviaron la dirección de un sitio de pedófilos en la Red, en el que
aparecía la imagen de una menor mientras abusaban sexualmente de ella. Parry se echó
a llorar ante el visible sufrimiento de la niña, y en seguida quitó lo de "interina" de su título.

"Ya no podía dar marcha atrás", cuenta la abogada, que redujo su horario en el bufete
para dedicar a CyberAngels la mayor parte de su tiempo.

En su opinión, el reto más formidable de la organización es el gran parecido de Internet
con el Viejo Oeste. Es un territorio inexplorado con pocas leyes y menos policías. "Ahí es
donde entramos nosotros", explica.

Los ciberángeles a menudo colaboran con la FBI y con policías de todo el mundo para
seguir la pista a los pedófilos y productores de pornografía infantil que operan en Internet.

En octubre de 1999, Parry fue a Japón para ayudar a la policía a identificar los sitios de
japoneses corruptores de menores en la Red. Su ayuda dio por resultado las primeras
aprehensiones realizadas en ese país de presuntos productores de pornografía infantil.

Sin embargo, la mayor preocupación de Parry es el auge del delito del que Gary fue
víctima: el hostigamiento. "Es la nueva amenaza de Internet", advierte, "y no hay leyes
para atrapar y procesar a los culpables, o las hay pero son ineficaces".

El Centro Nacional para la Defensa de las Víctimas de la Delincuencia, de Estados
Unidos, define el hostigamiento cibernético como cualquier conducta amenazadora o
propuesta indeseable que tenga lugar en Internet.

¿Quiénes son los hostigadores? Por lo general, chicos que piensan que acosar es una
diversión, usuarios de la Red que se obsesionan por algún otro usuario o ex amantes
despechados que utilizan Internet para vengarse. También pueden ser personas que se
proponen causar daño sin motivo aparente.

"Muchos actos de acoso no ocurrirían de no ser por la Red", agrega Parry. "El ambiente
virtual infunde en los acosadores una sensación de seguridad que los hace creerse
intocables". Y muchas veces lo son.

Casi todos empiezan a hostigar a sus víctimas por medio del correo electrónico o los
mensajes instantáneos. Al verse rechazados, aquellos que conocen los programas de
charla en vivo se enteran fácilmente de cuándo se conecta la víctima con la Red.

Entonces, utilizando un seudónimo, la vigilan y entresacan información privada sobre ella
de sus charlas y de los sitios que acostumbra visitar.

En muchas ocasiones el acosador usurpa la identidad de la víctima para molestar a otros
usuarios, o publica su nombre, domicilio y teléfono en anuncios eróticos que inserta en
las carteleras de la Red.

Una situación aún más grave ocurre cuando el hostigador envía por correo electrónico
programas ocultos que le permiten manejar desde lejos la computadora de la víctima y
tener acceso a su correspondencia e información financiera.

En el peor de los casos, el acoso rebasa los límites de la Red y toca directamente a la
víctima. Se sabe de acosadores que acaban cometiendo actos de vandalismo, agresiones
y hasta asesinatos.

El peor momento para la víctima es cuando se da cuenta de que los guardianes de la ley
no son de gran ayuda. Como Internet ha crecido tan deprisa (sólo en Estados Unidos hay
más de 90 millones de usuarios), los cuerpos policiacos se han quedado muy a la zaga
de esta nueva clase de delincuentes.

La falta de leyes a menudo obliga a los ciberángeles a resolver los casos por sí solos.
Afortunadamente, puntualiza Parry, la mayoría de los acosadores dejan de serlo en cuanto
se les despoja del anonimato.

En guardia. Eran más de las 12 de una fría noche invernal, en 1999, cuando Kelley Beatty,
enfermera y madre de familia de Ontario, Canadá, de 38 años, llegó a casa después de su
turno de ocho horas. Luego de saludar a su esposo, entró en la Red para desenmascarar
a un acosador.

La víctima era una mujer de Texas que se negaba a salir de casa desde que el hostigador
le escribió "Me las vas a pagar". El sujeto sabía su dirección y tenía el control de su
computadora. Para demostrárselo, le abrió la unidad de CD-ROM a distancia mientras la
amenazaba en la pantalla.

Kelley, subdirectora ejecutiva de CyberAngels, intervino cuando la mujer pidió ayuda. Hizo
indagaciones y averiguó los hábitos del acosador en la Red. Esa noche se puso a
esperarlo en su sala de conversación favorita, y él no tardó en presentarse.

Pulsando algunas teclas sin que él se diera cuenta, Kelley averiguó un código de nueve
dígitos que identificaba a su proveedor del servicio de Internet. Luego, usando un programa
especial de rastreo, averiguó que dicho proveedor radicaba en Toronto; al consultar su
sitio en la Red, obtuvo una lista de los sitios de sus clientes. El acosador tenía su propio
sitio, en el que daba más información de la que Kelley esperaba: su nombre y domicilio reales.

--¡Te tengo! --exclamó la mujer.

De inmediato le envió al delincuente un mensaje electrónico advirtiéndole que estaba
violando la ley canadiense y que ya se conocía su verdadera identidad. A continuación
mandó sus datos a la víctima y aconsejó a ésta llamar a la policía si el hostigamiento
continuaba. El acosador, como tantos otros que son puestos al descubierto, en seguida
dejó de hacer de las suyas.

Kelley, que les descubre el pastel a unos cuatro acosadores a la semana, ha ayudado a
más de 500 personas, y es sólo una de los más de 100 ciberángeles que patrullan la
Red en todo momento. "Pocos entienden el terror en que se vive cuando se es acosado
por Internet", comenta.

Ella lo sabe bien porque hace cuatro años fue víctima de acoso, hasta que recibió la
ayuda de un ciberángel. Lo mismo puede decirse de más de la mitad de los miembros
de la agrupación.

Un nuevo sentido. Lori McKinney, fotógrafa de Kansas hoy afiliada a CyberAngels, fue
víctima de acoso en 1996, cuando tenía 32 años. Un hombre al que había conocido en
una sala de conversación de la Red averiguó su teléfono y empezó a llamarla y a enviarle
mensajes obscenos por correo electrónico. Un día le dijo que sabía dónde vivía. Ella no
le creyó hasta que el sujeto le describió detalladamente su casa.

Lori acudió a la policía, pero no podían ayudarla, pues lo único que sabía era el nombre
que el individuo usaba en la Red. Siguió viviendo en el terror hasta que, seis meses
después, se mudó de casa con su esposo.

En septiembre de 1999, Lori leyó sobre los ciberángeles y recordó lo que había sufrido.
Comprendiendo que podía evitarle ese sufrimiento a otra persona, decidió afiliarse.

Como ocurre con todos los aspirantes, se comprobó que no tenía antecedentes penales
y se le dieron lecciones sobre operación de salas de conversación en vivo y manejo de
programas para rastrear e identificar hostigadores.

Ahora atiende una sala de conversación de CyberAngels, a la que se puede acudir si se
necesita ayuda.

"Ha sido un milagro poder aprovechar la horrible experiencia que tuve para ayudar a los
demás", dice. "Los ciberángeles le dieron un nuevo sentido a mi vida".

Los mismos beneficios ha conseguido Gary, el joven acosado por "Terri". Con los
conocimientos que le transmitió su ciberángel, averiguó las direcciones electrónicas de
Terri e identificó a otras de sus víctimas. Pronto empezaron a encajar las piezas de un
extraño rompecabezas.

Resultó que Terri no era una universitaria, sino un hombre que acosaba a todo aquel con
quien se encontraba en la Red.
Una noche Gary le reveló cuanto había descubierto sobre él, y el hostigamiento cesó. Más
adelante decidió poner sus dotes de detective cibernético al servicio de una buena causa
y se afilió a la organización.

Como antes, cada noche el joven pone la música a todo volumen y entra en la Red, pero
ahora no lo hace sólo por diversión.

Gary sabe que el hombre que le hizo la vida imposible sigue navegando en la Red en
busca de incautos. También sabe que hay muchos otros acosadores. Su principal
propósito es impedir que otro sufra lo que él tuvo que sufrir. Así pues, cuando descubre
algún abuso, acude al rescate desde el éter del ciberespacio, tal como el ángel que una
vez lo ayudó.

*El nombre se ha cambiado para proteger la vida privada de la persona.

¡Puedes compartir esta lectura con tus amigos!
Sólo pásales esta dirección:
www.lecturasparacompartir.com/varios/angelesdelciberespacio.html

¿Te gustó este artículo?
¡¡Envíale un aplauso al que lo compartió!!
¿Que te pareció este artículo?
¡Aplausos! ¡Aplausos! ¡Excelente!
¡Está bien!
Perdóname, pero me aburrí un poco.
¿porqué no te pones mejor a ver la televisión?
Tu mail: 

Comentarios:


Gracias por tu participación y tomarte un minuto para mandar tu mensaje,
así contribuyes al mantenimiento de esta página.
Lecturas para compartir.  Club de lectura y amistad.  www.lecturasparacompartir.com