EL ANILLO
(aportación de nuestra amiga Sonia López)
Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas
para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy
torpe y bastante tonto. Cómo puedo mejorar? Qué puedo hacer para que me
valoren más?

El maestro sin mirarlo, le, dijo:  Cuanto lo siento muchacho, no puedo ayudarte,
debo resolver primero mi propio problema. Quizá después...

-y haciendo una pausa agregó: si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver
este problema con más rapidez y despues tal vez te pueda ayudar.-

E...encantado,- maestro- titubeó el joven, pero sintió que otra vez era desvalorizado,
y sus necesidades postergadas.

Bien, asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño y
dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está allá afuera y cabalga
hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es
necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una
moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas. El joven
tomó el anillo y partió.

Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con
algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.

Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta
la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle
que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En
afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero
el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la
oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado, más
de cien personas-, abatido por su fracaso montó su caballo y regresó.

¡Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro!

Podría entonces habérsela entregado él mismo al maestro para liberarlo de su
preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda. Entró en la habitación. -Maestro-
dijo- lo siento, no se puede conseguir lo que me pediste. Quizá pudiera conseguir
dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto
del verdadero valor del anillo.

-Qué importante lo que dijiste, joven amigo- contestó sonriente el maestro-. Debemos
saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién
mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto
te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar.

El joyero examinó el anillo a la luz del candil con su lupa, lo pesó y luego le dijo: -Dile
al maestro, muchacho, que si lo quiere vender YA, no puedo darle más que 58 monedas
de oro por su anillo-

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡58 MONEDAS!!!!!!!!!!!!!!!!! Exclamó el joven.

Sí, replicó el joyero- yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas,
pero no sé...si la venta es urgente...

El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.-Siéntate- dijo el
maestro después de escucharlo- Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y
como tal, sólo puede revaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida
pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? Y diciendo esto, volvió a
ponerse el anillo en el dedo pequeño.

Todos somos como esta joya, valiosos y únicos, y andamos por los mercados de la vida
pretendiendo que gente inexperta nos valore.

Dedicado especialmente a mis amigos, que se esfuerzan día a día por pulir la joya que
son y descubrir su verdadero valor...
 

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