ESE AFAN DE ESTACIONARSE CERCA
(Selecciones de Diciembre de 1990)
La paranoia en los estacionamientos constituye un verdadero reto al sentido común, y afecta casi al mismo número de personas que el resfriado común.

Vamos a seguir a un homre a quien llamaré Fred, que al ir del trabajo a su casa, entra en el vasto estacionamiento de un centro comercial, marcado con rayas oblicuas.  Hay cientos de cajones disponibles, pero desde algunos debe caminar unos 40 segundos hasta la tienda a la que se dirige, y Fred, automovilista típico, siente la compulsión de estacionarse cerca lo más posible.

    Circula entre las filas de autos hasta que descubre a una matrona de pelo azul, que está entrando a su auto.  es el mejor sitio, pues se encuentra a menos de 25 pasos de su destino.

    Fred se detiene.  La dama cierra la puerta.  El motor del auto de Fred se agita nerviosamente, pero esa mujer se pone a arreglarse el pelo y luego hojea una revista.

    Frustado, Fred ya está obstruyendo la circulación.  Uno de los conductores toca el claxon; primero con discreción, pero después con enojo.  Fred abre la ventanilla y hace una seña ofensiva. Al cabo se da por vencido y empieza a dar vueltas por el estacionamiento, pasando frente a muchos sitios vacíos que le parecen muy alejados.  Como era de esperarse, se cuela en un cajón reservado para los inválidos.  Para acallar su conciencia, se dice: "Es sólo por un momento".

    En la búsqueda ha perdido siete minutos.  Si hubiera escogido uno de los abundantes sitios libres que estaban a unos cuantos pasos más allá habría terminado su misión en menos de dos minutos sin que se le alterasen los nervios ni se le hubiera subido la presión arterial.

    Fred padece la grave adicción a los estacionamientos que aqueja a tantos automovilistas como el resfriado común.  Como todos estos adictos, no se comporta con lógica.  Sin fijarse en el tiempo que pierden, los automovilistas buscan el cajón mas cercano a su destino, como si esto representara el triunfo supremo.  Haciendo gala de egoísmo, privan a los inválidos del sitio que se les destina porque lo necesitan, bloquean el área de emergencia o dejan su auto estacionado en la zona de carga y descarga de la mercancía.

    Los tontos duelos entre los conductores llegan al colmo de lo absurdo en mi club deportivo.  todos van allá con la idea de tomar parte en alguna actividad atlética aceptable, pero les parece inaceptable tener que caminar del estacionamiento a la puerta.

    Probablemente, la obsesión de poseer los sitios ambicionados les quita muchos años de vida.  Estas acerbas competencias, esperas y maniobras los mejores sitios alteran los nervios y constriñen las arterias y transforman en feroces perros de presa a individuos que son como mansos cachorritos.
Pocos automovilistas han logrado quitarse esta adicción, y ahora son extraordinariamente felices.  Yo soy uno de ellos, y se lo debo a mi amigo Lou.  Un día, reconocí el auto de Lou en el estacionamiento del mercado.  No había otro auto en un radio de 25 metros.

    En la tienda, le pregunté porqué habia acomodado su auto en tan solitario esplendor.  Me contestó: "Entro y salgo rápidamente, nadie raya la la pintura de mi auto al abrir la puerta y realizo la pequeña caminata que tanto necesito".

    Ahora, yo hago lo mismo que Lou.  Las únicas veces en que siento la misma presión surgen cuando voy de pasajero con un chofer que no se ha curado todavía.  Ya estoy libre de la majadería de reñir en los estacionamientos por algo que carece absolutamente de valor.  Y disfruto de las cosas que tienen verdadera importancia: el tiempo, el aire fresco, la tranquilidad y el saludable ejercicio.

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