DAR Y RECIBIR
(aportación de nuestra amiga Maribel García)
Era de noche, una negra y pésima noche para aquellos que tenían necesidad de estar en la calle, ya sea trabajando o regresando a sus casas con sus cuerpos fatigados, dispuestos a descansar o tal vez realizar alguna faena para ayudar a la esposa o a los hijos para preparar la cena de Noche Buena.. Otros andaban de compras de última hora y surtiéndose de regalos o de alimentos para festejar, con amigos o familiares, la esperada cena navideña.

Hacia frío y una brizna de lluvia caída del cielo, empantanaba el pavimento por el polvo acumulado durante el día. Sin embargo, a esa hora de la noche, la calle estaba llena de viandantes protegiéndose la cabeza con periódicos o con algún otro objeto que evitara mojarse con esa lluvia fina, pero capacitada para humedecer y empapar.

A contraluz, las luminarias dejaban ver esas pequeñas gotitas brillantes que parecían atomizadas y que oscilaban por las ráfagas de viento, haciéndolas volar y detener su caída como si retaran a la necia gravedad que las atraía sin remedio hacia la tierra. No había luna y la negrura del cielo por la nubosidad baja y cerrada, semejaba un enorme espacio abovedado, como si fuera un tenebroso agujero negro que escondía en sus entrañas el todo y la nada. Los peatones caminaban con la vista mirando al piso para sortear los charcos acumulados en los baches de la acera, muy maltratada y agrietada por el tiempo. Nadie miraba al cielo, no podían hacerlo sin exponerse a mojar su rostro con esas gotitas pequeñísimas pero confluentes, que se juntaban por capilaridad, ocasionando riachuelos en la piel de sus mejillas.

Los comercios estaban abiertos y las vitrinas donde exponían sus productos se encontraban iluminados y decorados con motivos navideños. Muchos curiosos se metían a los establecimientos para comprar o para protegerse momentáneamente de la lluvia y del frío que calaba hasta los huesos. Un edificio de tres pisos decoraba su fachada con una gran cantidad de foquitos multicolores que se encendían y se apagaban intermitentemente simulando un enorme árbol de navidad.

Muy a pesar de la lluvia y del frió que era de 4 grados centígrados, la gente se veía alegre y bien abrigada. De pronto, aquella finísima lluvia, se transformo en pequeños copos de nieve que comenzaron a blanquear las ropas de los transeúntes ante la algarabía de los chiquillos que trataban de coger en el aire los pequeños cristales de nieve. Todo ello ocurría mientras un hombre viejo caminaba por la acera. Era un indigente que se abrigaba con un viejo y roído cobertor. Con su barba crecida y sus cabellos largos, llevaba en sus manos una bolsa de plástico que arrastraba en el piso. Su caminar era lerdo pero miraba continuamente al cielo para sentir sobre su rostro aquellos copos de nieve que pintaban su barba de blanco. Se acercó a un hombre que esperaba su autobús y le dijo.

---- ¿En que puedo ayudarlo buen hombre?.

El sujeto lo miró de arriba abajo con desprecio y respondió.

---- ¡Tú!. ¿Ayudarme a mí?. Aléjate. No traigo dinero para darte.

---- ¿Necesita Usted dinero?. Yo puedo ayudarlo si me dice para qué lo quiere.--- respondió el viejo con voz tolerante.

El hombre soltó una carcajada y respondió.

---- ¡Para comprarme un auto último modelo!. Aléjate y no me quites el tiempo.

El viejo abrió su bolsa de plástico y sacó un pequeño envoltorio de papel y dijo.

---- Aquí tiene buen hombre. Con esto puede comprar lo que pide. Solo que puede ser lo último que Usted pueda adquirir.

El hombre tomó el envoltorio y al abrirlo se encontró con un buen fajo de billetes. Sorprendido volteó a ver al indigente pero este había desaparecido casi ante sus ojos.

Más adelante, el viejo se presentó ante una mujer que veía con detenimiento el aparador donde había muchos juguetes. Se acercó a ella y le dijo.

---- ¿Puedo ayudarla en algo Señora?.

La mujer lo miró con ternura y dijo.

---- Nadie puede ayudarme. Mi hija esta muy enferma y yo no puedo comprarle ni siquiera una muñeca para darle un poco de felicidad.

---- ¿Me invitaría usted a su casa para conocer a su hijita?.

La mujer se frotó las manos y respondió.

---- No tengo nada que ofrecerle más que un poco de café.

---- Con eso es suficiente Señora.

La mujer, condolida con el anciano al verlo tan depauperado, pidió que la siguiera hasta su vivienda. Al llegar a ella, el hombre se acercó a la niña y la vio recostada en su cama respirando fatigada. Estaba pálida y muy delgada. La niña, al ver el rostro del viejo, estiró su manita para coger unos copos de nieve pegados a su barba, le lanzó una tierna sonrisa y preguntó.

---- ¿Quién eres?.

---- Soy el que reparte regalos en la navidad. Te he traído una hermosa muñeca.

Dicho esto, abrió su bolsa y sacó una muñeca envuelta en papel celofán. Luego, puso su mano sobre la frente de la niña y su semblante cambió, haciendo que sus ojos brillaran y se sonrojaran sus mejillas. Su madre se acercó con la tasa de café y al ver a su hija no pudo creer lo que veía. Su hija estaba sentada en la cama abrazando su muñeca mientras el viejo se bebió su café de un sorbo. Luego, metió su mano en la bolsa y dijo.

---- Esto es para usted Señora.

La mujer abrió la caja y se encontró con un pequeño cuadro que decía.

"En cualquier parte y en cualquier lugar donde exista amor, confianza y buena voluntad, allí no faltara nada. Se verán mejor las estrellas en la noche clara y el sol brillará esplendoroso en los días brumosos y nublados".

La madre no pudo resistir las lágrimas que cegaron sus ojos y al enjugarlos trató de ver al viejo y éste había desaparecido.

Días más tarde, mientras la mujer jugaba con su hija en el parque totalmente recuperada, una auto último modelo se estrellaba en un muro de contención, muriendo de inmediato su ocupante.

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