CARTA A MI PADRE
(Escrito por nuestra amiga Myriam Muñoz)


Monterrey, Nuevo León Enero del 2002

Querido Padre.

Hace unos minutos regresaste de ser testigo de un destino.

Hace unas horas despediste el cuerpo sin vida de tu hermana, volviste a ver a tus hermanos;
Luego de tantos años, se reunieron con una misma pena, en esta ocasión no valió la diferente religión que cada uno profesa y que seguido es motivo de discusión entre los trece hermanos.

Un día antes te habías levantado temprano, como de costumbre, incluso por alguna razón tu y mamá discutieron y no se hablaban; Luego el teléfono sonó, mostraste una sonrisa de gusto al oír a uno de tus hermanos en la línea, esa sonrisa desapareció, colgaste serio y con el tono recio que siempre te ha caracterizado, me miraste de reojo y te limitaste a decir, “Tu tía Blaza murió”, para después ir a la cocina a darle la noticia a Mamá, quien como siempre, siendo más sentimental, expresó un “Dios Santo”.

Había que informarle a los otros hermanos, fue ahí donde expresaste tu dolor, no con lágrimas, porque es tan difícil para ti hacerlo, el dolor se manifiesta de tantas formas, en su lugar, no podías marcar los números de aquellos a quienes había que hablar, en unos cuantos minutos te encontrabas en el baño vomitando, Mamá te ayudó, tu te reincorporaste recio y ambos partieron a Montemorelos.

No pude saber que pasaba allá y sólo me mantenía informada llamando a tu celular para ver que todo estuviera bien, no me atreví a preguntarte si te sentías bien o cómo estaba la familia, era claro que no estaban en una fiesta y tu, tu eres mi padre, eres más que eso, eres la imagen del hombre fuerte, con la cual crecí en casa, aquella que yo pensaba era inmortal y poderosa y que su fortaleza podría destruir cuan amenaza se presentase en mi vida, esa persona que ahora me mostraba lo débil que podía ser, lo cual
dejaba ver a un ser humano de carne y hueso, con miedos, un mortal que no es invencible, aunque yo así lo hubiera querido ver a lo largo de mi paso de niña a mujer.

Aquello era un doble luto. El primero el de perder a un ser amado, a aquella que creció junto contigo, que compartió, juegos, travesuras, lágrimas, enojos y pleitos; Aquella que como tú sobrellevó la muerte de sus padres y quien se acostumbró a la separación de los hermanos, en algunos casos con diferencias, pero hermanos al fin.

El otro era el duelo que seguirá vivo después del paso del tiempo, la pérdida del primer miembro de la familia; El primer hermano que se va. El cual te hace recibir de golpe el aviso de la realidad, aquel que les hace ver de golpe que los años no pasan en balde y lo corta que puede parecer entonces la vida, que los lleva a reflexionar, lo que hicieron y lo que nunca llevaron acabo; Ese otro luto es el que más duele, es el saber que cada vez está más cerca la llegada de un destino.

No puedo asegurar que pensaras eso, siempre te he visto tan fuerte, aquel quien inculca valor a los demás ante las jugadas de la vida, no obstante, tampoco puedo asegurar que no pasaría eso por tu mente; Al ver tu cara de duelo, ni yo misma me he detenido a pensar eso hasta ahora, no sé que haría sin ti, no puedo imaginar mi vida si me faltaras, tal vez moriría contigo,
creo que no soportaría la carga tan grande, que sería el dolor de no verte.

Pero sé que si me oyeras, retomarías ese valor y me dirías: “Ni modo, es algo que va a pasar y deberás estar preparada para ello”, Aunque sé que tu mismo debes temerle a algo que no conoces, pero no me lo vas a decir....

Creo que es parte de preparar a tus hijos a enfrentar esas pérdidas, como tus padres lo hicieron contigo y como a su vez, nosotros lo haremos con nuestros hijos, aunque en nuestro interior este latente ese miedo a no saber que pasará después y esa tristeza a dejar a los seres querido, a no ver más allá, a abandonar la vida.

Por eso no verás estas líneas, por eso, aunque sea mi mayor deseo consolarte, no escucharías mis palabras, porque eres el padre fuerte, porque no me lo vas a permitir, tu quieres ser quien consuele mis lágrimas, por más honda que sea tu tristeza no permitirás que me afecté a mí, pues soy yo quien sigue, quien debe preparar a los que vienen.

Y lo haré padre, estaré lista para cuando tu despidas agradeciendo el dolor de esconder tu llanto pensando en mí, por eso tendré valor, aunque nunca, tal vez nunca podré recuperarme.

Hoy por la tarde, un día después, llamé a casa y contestaste tú; Llegaste hace unos momentos, sin dormir desde hace dos días, fatigado y con una enorme carga emocional a cuestas; Ya había acabado todo, ya lo vivido está atrás y la compañía del hermano se convirtió en un recuerdo; Te pregunté como estaban todos y tu sólo me dijiste que bien, omitiendo detalles.

Querías colgar, acabar la charla, descansar y darle un tiempo a dolor escondido...

Antes de colgar terminaste diciendo: “ Voy a dormir... estoy muy cansado”

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