En el jardín de mi casa, habita Sapito Sapón. Es un sapo muy curioso, parece tocado por la magia y el encantamiento. No lo vi llegar, hasta que una noche su voz pasmosa y ronca lo delató, y allí estaba con sus inmensos ojos vigilantes, su tremenda barriga y su atlética manera de saltar de un lado a otro.

A veces, me parece que se hubiera marchado. Me invade la aflicción, y pienso que no volveré a tener otro amiguito en mi jardín con quien entretenerme. En ese momento lo busco afanosamente, hasta que lo ubico, lo miro muy solícito, y me doy cuenta que su color verduzco le sirve para camuflarse acertadamente entre las hojas de las matas de hortensia o de los geranios.

Rara vez, sale a pasear de día, es muy tímido y asustadizo, sólo cuando escucha mis pasos y el timbre de mi voz salta hasta mí, alegremente. Me acerco y le hablo, como a mi mejor amigo, le cuento que ya le escribí una poesía, un cuento, y que es el centro de mis conversaciones en la escuela. Parece alegrarse y salta entusiasmado, me pongo en cuclillas y platicamos de lo hermosa que es la vida en el campo, de la forma que debemos  cuidar la naturaleza, para que la contaminación no siga amenazándola.

Sapito Sapón me contó que se alimentaba de pequeños mosquitos y libélulas y que, para ello, solamente tenia que sacar su húmeda y pegajosa lengua y el bocado estaba asegurado. Me decía también que cuando el calor arrecia se esconde en los lugares donde hay mayor humedad, para que el sol no reseque su piel y lo agobie hasta la desesperación, pero cuando intuye que el aguacero se acerca se pone feliz hasta el delirio, y apenas caen las primeras gotas lanza su croído hasta contagiar a todos sus amigos que ejercitan su afónica garganta y lanzan al aire su batrácica sinfonía. El agua nos permite reproducirnos- me decía- por ello con nuestro croar rendimos pleitesía a esta magia de la naturaleza. Cuando hay luna llena conversamos con ella, le hablamos en coro y le decimos que es bella y bondadosa, porque a pesar que se roba la luz, ella la comparte con nosotros desde la ignota lejanía.

Pasaron los meses, hasta que cierto día, el invierno empezó a desatarse con una intensidad descomunal: llovizna, ventarrones, rayos, truenos y un frío tan intenso que cuando hubo pasado dicha temporada, busqué a Sapito Sapón y no estaba por ningún lado. Me invadió la tristeza, llore buscándolo por todos los lados, y sin señas de él, recordé los momentos más felices que habíamos pasado juntos, lancé un profundo suspiro y me hice la promesa de llevarlo en mi corazón para toda la vida.

JAVIER VILLEGAS

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