UNA ESCUELA PARA LA LIBERTAD
(Escrito por nuestra amiga
Silvia Sánchez Castrillejo)
www.bubok.es
(FRAGMENTO)

Antes de empezar la jornada, hemos tenido una asamblea. Como cada día venidero, todos nos sentamos en círculo y participamos, exponiendo nuestras preocupaciones, actividades, proyectos y demás. Es igual de importante la opinión de la pequeña Agnes (que tiene siete años) como la de Robin (profesor y director del centro).

En el centro del círculo hay dos niños que adoptan sendos papeles: uno de ellos es el que otorga la vez (es indispensable levantar la mano para hablar) y el otro recrimina a aquél que hable. En caso de tener que recriminar en más de una ocasión a un niño por su comportamiento, se le invitará a que abandone la habitación.
Estas asambleas son vitales. Los niños plantean la posibilidad de realizar excursiones, adoptar niños de África (tienen dos apadrinados), organizar bazares para recaudar dinero para su escuela…

Un día ocurrió un capítulo del que, sin quererlo, fui partícipe. Como he dicho, estábamos muy cerca del bosque. Sin embargo acceder a él entrañaba sus peligros, de modo que los chicos podían ir, tan sólo, en compañía de un adulto. Tres de ellos me pidieron que les acompañase, a lo que accedí. Los gemelillos (dos pequeños de seis años de los que nos hicimos inseparables) nos acompañaron. Al llegar al bosque, los chicos mayores empezaron a correr y desaparecieron. Fue para mí un momento tenso en el que sentí la impotencia de no poder regañarles. Al final, aparecieron y  mas o menos dejé todo por zanjado no dándole mayor importancia a aquella travesura. Al día siguiente, en la asamblea, Franziska (doce años) levantó la mano y pidió hablar. Contó que ella junto con otras niñas, durante semanas, había estado arreglando una cabaña con un pequeño huerto en el bosque. La tarde anterior al ir, se encontraron con que alguien había roto la puerta, desordenado todo lo que había dentro y orinado por la estancia. Era indudable por todos los detalles que los culpables eran los chicos. Continuó hablando diciendo que lo más justo sería que los tres causantes de aquellas fechorías emplearan su tiempo, en vez de jugar al fútbol (algo que les apasionaba) a reparar la cabaña. Toda la asamblea estuvo de acuerdo en la lucidez de aquel discurso y fue así como aquella “micro-sociedad” decidió cómo solucionar el incidente...

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