La hermana Muerte
(escrito por nuestro amigo Bernardo)
        El “día del padre” que pasó el Junio pasado, tuve una triste experiencia. Soy
médico, cirujano... y ¡amo lo que hago!. Por eso, cuándo supe que un Señor de 54
años, estaba pendiente de operarse, el diagnóstico era de cáncer de colorrectal muy
pequeño, según los estudios, me dije...”le daré su regalo del día del padre operándolo”.
Así que preparé todo y entró a quirófano.

 Inicié la cirugía y al abrir me di cuenta que estaba totalmente invadido, sin posibilidad
de hacerle ¡NADA!... Siempre se piensa que los médicos estamos acostumbrados a ver
esto, que no somos sensibles al dolor, y quizá así queremos aparentar que somos fuertes...
pero, muy adentro de nosotros vivimos la impotencia, el dolor, y la tristeza de no ser
“dioses” que con solo una palabra, la enfermedad desaparezca. Tuve que salir a decírselo
a los familiares, y fui testigo de la desolación que mis palabras llevaron a esa familia
precisamente “el día del Padre”. Por la noche me acosté muy enojado, pensaba, ¿por qué
tiene que ser así?, ¿Si Dios existe por qué permite que La Maldita Muerte se salga con la
suya?. Así me venció el sueño... ¡de pronto!, escuche una risa ensordecedora, desperté
sobresaltado... Sentada a mis pies estaba una figura sepulcral, y con unos ojos que
permitían conocer el infinito dolor y la desesperanza, con una voz impersonal me dijo
- ¿Por qué me maldices? –
Por supuesto que de mi boca no podía salir palabra alguna
_ ¿Por qué me maldices?
Y solo pude decir... ¡Dios, ayúdame!.

 -¿Ahora si buscas a Dios?. ¡Bueno!, no temas, hoy no es el día que esta marcado para
que me acompañes a formar parte de lo eterno. Quizá un poco más tranquilo pero aún
asustado le dije- ¡Te maldigo por el dolor que llevas a los hombres!. ¡Te maldigo por ser
tan implacable!, Por no dejar lugar a la misericordia, por ser la presencia inevitable de todo
ser humano, por condenarnos a morir desde el mismo momento que empezamos a vivir -.

Y como si de sus ojos saliera una luz que me cegaba pero sin apenas iluminar mi cuarto,
respondió... - ¡Hipócritas!,  ¡Todos ustedes! ¿Por qué me culpas del dolor  de los hombres,
cuándo son ustedes mismos que han hecho de la tortura, de la violencia, del odio ¡un culto!,
¿Quién si no ustedes matan y produce enfermedades, y hace de esto un negocio? ¿Quién
está acabando con un planeta que tardo miles de millones de años en evolucionar, con miles
de especies, y es solo una “el Homo Sapiens” quien acabará por destruirse a sí mismo. Me
llamas implacable cuándo te he visto pedir mi presencia para pacientes que sufren en sus
salas de terapia intensiva. He visto a tus compañeros y a ti decidir sobre la vida  de enfermos,
eligiendo como si fueran “dioses”, los he visto extraer a pedazos  el cuerpo de “un niño no
deseado”, sin que les remuerda la conciencia, ¡a ustedes!, Que juraron respetar la vida. Y
cuántas veces han muerto tus enfermos por falta de preparación o descuidos. Ahí tampoco
he notado que tenga lugar la misericordia.

 ¿Que soy la presencia inevitable?, Y ¿cuándo lo recuerdan?, ¿Acaso se aman y perdonan
entre ustedes mientras viven?. ¡No!. Necesitan que a quien dicen amar, pierda la vida, para
entonces demostrar su amor a un cuerpo insensible. ¿Cuántas veces le has dicho hoy, a quien
vive a tu lado que le amas? ¿Cuántas veces perdonaste hoy a quien no te hizo feliz?
 ¿Qué los condeno a morir desde que nacen? Pero no te miras desperdiciando los momentos
de felicidad que cada amanecer significa, pensando solo en  cosas materiales. Viven la vida
como muertos, y es solo al momento de la muerte que tratan de aprender a vivir.

 ¡No!, no soy quien lleva el dolor, hubo un hombre que lo entendió así, y por eso me llamó
“HERMANA MUERTE”. Solo él entendió que no soy mas que ese ser que recoge lo que ustedes
mismos siembran. Y solo cuando aprendan a vivir, aprenderán que la muerte es un paso mas
en el camino, y que tienen ese privilegio, de decidir si quieren ser felices o de vegetar hasta que
llegue el momento de partir...

 Ya no sentía miedo, ahora estaba sorprendido, no podía refutar nada de lo que me había dicho.
Me sentí culpable, de no saber vivir, de no dar vida y felicidad a quienes me rodean, de creer
que basta que sepan que les amo, de perder la vida buscando el dinero, para después, perder
el dinero buscando la vida. Pero había algo más que yo quería preguntarle. Y ya armado de
valor le dije – Tienes razón, sé que no hemos sabido vivir en plenitud, y que hemos tomado el
lugar de Dios... pero dime, ¿existe Dios?...

 Volví a ver ese brillo en sus ojos, y cuándo estaba a punto de comenzar a hablar de nuevo...
¡sonó el despertador! Y me sacó de ese sueño de ultratumba. Me reí entre nervioso y aliviado,
y pensé – ¡Bueno, al fin fue solo un sueño!, cuando dentro de mi cuarto se escucho una
terrible carcajada, que me hizo que la piel se me erizara...

Bernardo Robles Garay

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