AL BORDE DEL ABISMO
(Escrito por nuestro amigo Manuel Teyper)
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RELATO DE LA VIDA REAL

Estimados amigos, espero que les guste mi nuevo relato. Manuel.

Mora: no me refiero a la deliciosa fruta tropical, sino al apellido de uno de los más connotados, y también anónimos, efectivos de la Policía Nacional del Perú.

Mora, además, es un experto salvavidas; ha participado en innumerables rescates tanto en el mar, como en ríos y piscinas. Según cuenta, la principal causa de muertes por ahogamiento, es la imprudencia: ‘’Muchas personas se meten a nadar a pesar de haber ingerido licor, o inmediatamente después de haber comido, lo que disminuye su rendimiento físico y sus reflejos, anula el discernimiento del peligro, o le produce calambres. Otros confían demasiado en su propia capacidad natatoria… poniendo en riesgo su vida’’. Son las palabras de un hombre con  experiencia, y amplio conocimiento del comportamiento humano, que sin embargo no deja de sorprenderse con los actos y actitudes que ve a diario.

Para el 17 de febrero del año 2000, Mora contaba con 35 años de edad; ese día se convirtió en el protagonista de un hecho fortuito, que cambió el modo de pensar de los que presenciaron aquel incidente.
Todo comenzó cuando el agente fue contratado por una empresa turística para que, en sus días de franco, realizara la función de salvavidas, en uno de los más exclusivos clubes campestres del sur de Lima.

Llegado el momento, se presentó ante el administrador del club, y comenzó su labor.

Apenas ingresó a las instalaciones, el flamante salvavidas pudo constatar el altísimo nivel de vida que gozaban sus usuarios, y el nutrido número de guardaespaldas estratégicamente ubicados, vigilando sigilosamente en torno a los veraneantes.

Otra cosa que le intrigó, fue la característica racial de los socios del club: casi todos rubios y de ojos claros; los rasgos caucásicos de todos los presentes, hacía pensar  que se trataba de una colonia europea afincada en esta parte del planeta, salvo que hablaban fluidamente el idioma español con el típico acento limeño.

La piscina debía tener unos 80 metros cuadrados, según cálculo de Mora. En la parte que daba hacia el norte, se encontraban ubicadas las sillas de sol, y un poco más allá mesas con sombrillas donde departían las familias; ni por asomo se veía por allí a alguien con la piel morena… salvo el agente Mora, cuyo rostro se ha ennegrecido por el efecto del sol, e impregnado del color cetrino que heredó de sus ancestros; esa sería tal vez la razón por la cual a Mora nadie le hablara.

Mora, acostumbrado a entablar cordial conversación con todo aquel que se le cruza en el camino, y con la jovialidad que lo caracteriza, se le hacia un poco pesado permanecer largas horas rodeado de personas que parecían hablar en otro idioma; entonces solo le quedaba permanecer en silencio.

Pese a que nadie le prestaba la más mínima atención, haciendo que se sintiese como el hombre invisible, él seguía atento a cada movimiento de los bañistas, y se lanzaba de vez en cuando a la piscina cuando se percataba que algún chico se encontraba en dificultades.

El tiempo seguía su curso, sin que nada fuera de lo normal, enturbiara su cuidadosa observación alrededor de la piscina… hasta que un domingo, a eso de las dos de la tarde… ocurrió el accidente.

Mora se encontraba justo a la mitad de la piscina, vigilando a los chiquillos que se divertían alegremente en la parte menos honda de la misma, pues en el otro extremo, más profundo, no había nadie nadando. En un momento dado, y pese al bullicio general producido por el elevado volumen de la música, y las risas y los gritos de los niños, a Mora le da la impresión de escuchar, al otro lado, el chapoteo que produce un objeto cuando choca  contra el agua. Voltea rápidamente a mirar… pero no observa nada anormal en la superficie del agua. Mira hacia el rededor esperando a que alguien le indique el motivo del ruido… pero todos siguen en lo suyo. Entonces no espera más. Se saca de un tirón la camiseta, y se zambulle en las aguas turbias por el efecto del cloro y de otras ‘’sustancias’’. Mira hacia uno y otro lado, pero  nada. Baja un poco más, avanza… y repentinamente ve cómo un cuerpo sin movimiento alguno, cae suavemente hacia el fondo. Nada con rapidez y lo atrapa antes de que toque el suelo. En cuestión de segundos sale con el cuerpo inerte de un muchacho como de 13 años de edad.

Mora observa con preocupación la herida en el parietal izquierdo de su cabeza, y repara que el chico no respira, pero permanece en silencio.

Le practica inmediatamente los primeros auxilios: observa la boca en busca de algún objeto extraño que impida el paso de aire. Oprime el estómago para expulsar el agua que ha tragado. Le practica masaje cardiaco, y por último le da respiración boca a boca… pero el chico no reacciona. Y otra vez, pero con más ahínco, tratando con furor de arrebatarle de las garras de la muerte.

La gente alrededor observa el panorama con terror, tratando de explicarse lo sucedido y temiendo un desenlace fatal; el muchacho no debe morir a tan temprana edad.

Los padres de la víctima, que han llegado un poco después que los demás, miran aterrados, es su único hijo el que yace en el suelo.

Mora, completamente concentrado en su trabajo, no escucha los sollozos ni los gritos apagados de la concurrencia. Oprime el pecho una vez más. Sopla con fuerza por la boca del infortunado chico llenando sus pulmones de aire. Acerca la cara a sus fosas nasales para sentir si respira… y percibe una leve brisa que acaricia su mejilla. Observa  el pecho y el estómago… y éstos se expanden quedamente… ¡respira! El joven regresa a la vida después de estar tan cerca de la muerte.

El júbilo es general. Los aplausos no se hacen esperar. Algunos de los presentes lloran por la emoción… todos olvidan que entre ellos hay un hombre con una piel distinta a la suya, y le abrazan efusivamente.

Padres y vástago son un sólo de llanto incontrolable ante la cercanía de la muerte… y la alegría de la vida.

El corpulento padre aprieta contra su pecho al salvavidas expresándole de esta manera su agradecimiento. Mora se separa con dificultad del apretón que le ha dejado el cuerpo adolorido.

Unos chicos –que son más altos que Mora- le obsequian algunas camisetas. Otro le trae un helado. Para él el verdadero pago es la satisfacción de haber salvado la vida de un ser humano.
Llega una ambulancia que alguien ha llamado, y se llevan al chico para revisar el corte en su cabeza, y hacerle otros exámenes, ya que había perdido el conocimiento.

Antes de retirarse, el muchacho le expresa su agradecimiento a Mora, y le cuenta que iba corriendo en busca de un helado, pero se resbaló y cayó golpeándose  contra el borde de la piscina.
Mora y el joven estrechan sus manos, dando por concluido el episodio más peligroso de su corta vida.

Rápidamente el sol se va ocultando en el horizonte. Las nubes se van acomodando en lo alto, como para darle la bienvenida a la noche que poco a poco se va haciendo dueña del firmamento; es el momento que Mora esperaba para marcharse a  casa; tal vez no lo sepa, pero no sólo ha logrado salvar la vida de un chico… ha resquebrajado las invisibles fronteras que hemos construido entre nosotros por razones religiosas, económicas…o por el color de  la piel.

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Al borde del abismo

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