TRIANGULO
(Escrito por nuestro amigo Jorge Guerrero)
Hola. Hace algunos años tuve el placer de ver publicados en Lecturas Para Compartir algunos cuentos míos. Me gustaría reanudar mi participación en este cada vez mejor sitio, que es una delicia para quienes aman la buena lectura. Entonces, estoy enviando un cuento que agradeceré mucho si me dan el placer de verlo publicado.  Felicitaciones.  Jorge Guerrero

Guillermo acomodó sobre el escritorio los papeles con los que había estado trabajando.  No se sintió satisfecho hasta que esos papeles lograron tener una simetría prácticamente perfecta sobre el escritorio.  Así es él. Por ejemplo, si entra en alguna sala u oficina y ve un cuadro en la pared  ligeramente ladeado, tiene que acercarse para ponerlo como debe estar. Si se trata de un cuadro o foto que debiendo estar al centro ha sido colocado aunque sea unos centímetros hacia un lado, Guillermo siente enormes deseos de salir del lugar. Así es él.
 Dejó la oficina y tomó por la 16 de Septiembre rumbo al café donde suele ir a pasar alguna hora con varios amigos antes de irse a casa. Cuando cruzaba por la plaza de San Francisco le llamó la atención algo en una linda joven de pie junto a una banca quien parecía esperar a alguien y se acercó a ella.

En ese momento un joven que se también se acercaba, pero desde el lado opuesto, vio la escena y se detuvo en seco. No solo eso, sino que sin pensarlo se puso detrás de un árbol.  Guillermo se había acercado a Lorena y le había murmurado algo al oído. Roberto vio cómo ella se puso un poco nerviosa y hasta miró hacia los lados evidentemente para ver si alguien había visto el encuentro. Luego Roberto vio cómo su novia le sonrió al desconocido, quien inmediatamente se alejó.

Es interesante cómo un detalle así puede cambiarlo todo. Era evidente que Lorena se había sentido nerviosa al pensar que él, Roberto, hubiera podido ver a aquel joven decirle algo al oído. ¿Qué hacer? Nada, pensó. Lo mejor será actuar como si no hubiera visto nada.

De manera que dejó su instantáneo escondite y se dirigió a su amada Lorena. Ella lo vio y le dirigió su famosa sonrisa, la que cautivaba a todo mundo. Mientras sonreía, ella jugueteaba nerviosa con los botones de su blusa. “Qué bella es”, pensó Roberto, “nada me dolería tanto como perderla”.

Cuando llegó junto a ella, Lorena le dio un beso discreto, como siempre que se encontraban en público.
 Beto,— le dijo ella sonriente — Ya tenía rato esperándote. ¿Te detuvieron en el trabajo? Mira, mi vida, te veo cansado. ¡Y preocupado! ¿Te pasa algo, cariño?.

Mientras le decía esas palabras, ella lo acariciaba y lo miraba con cierta preocupación.
 —No, no pasa, nada. Estoy mejor que nunca. ¿A dónde quieres ir?
 —Caminemos un rato. Vamos pasando por la librería Gonvil, y de allí nos iremos a la Plaza Tapatía. A lo mejor traes con qué comprarme una nieve. Y si no, no importa. Yo lo que quiero es estar contigo y platicar de nuestros planes.

Y lo abraza, cariñosa como siempre y comienzan a caminar.  Roberto siempre ha notado cómo los hombres se quedan viendo a su linda Lorena. Pero él no nota que Lorena nota que las mujeres se le quedan viendo a él. La gente toda siempre mira con admiración a aquella linda pareja, tan enamorada.
 Ha pasado una semana y esta vez es Roberto quien espera a su novia. Allá viene ella, cruzando la plaza hacia él, linda como siempre. En eso Roberto ve que el joven apuesto y bien vestido  camina acercándose a ella. ¿Qué pasará?

Cuando Guillermo pasa junto a Lorena solamente inclina un poco la cabeza y le sonríe por un instante. Ella le corresponde y eso es todo.

Lorena llega hasta donde está Roberto y sonriendo como siempre le da uno de esos besos dulces y breves que él siempre espera con ansia

Roberto está desesperado y confuso. El sabe que entre Lorena y aquel hombre hay algo. Eso está muy claro. Entonces, ¿Por qué ella sigue siendo tan cariñosa como siempre? No sólo eso, sino es ella la que frecuentemente le pide a él que hablen de sus planes que incluyen el seguir comprando muebles para tener lo necesario cuando se casen. Ella siempre le dice: “Beto, ¿vamos a soñar despiertos un ratito?”

Y así transcurren varias semanas. Él le ha propuesto que cambien el lugar de sus encuentros vespertinos y ella ha aceptado de buena gana. Ahora se ven en otra plaza, también en el centro de la ciudad.

Una tarde, cuando caminan muy contentos, ella colgada de su brazo, cosa que a él le gusta mucho, Roberto ve que por la misma acera se acerca el hombre que le ha robado la tranquilidad. Hace un esfuerzo para seguir como si nada, pero decidido a observar cualquier detalle que ocurra entre el hombre bien vestido y su amada Lorena. Cuando Guillermo llega a estar a unos dos metros de la pareja, ve a Lorena y le sonríe casi imperceptiblemente. Lorena sólo atina a sonreír un poco al mismo tiempo que baja la cabeza.

Todo ha sido muy discreto. Lorena espera que Roberto no haya notado nada. Pero es claro que su novio ha percibido aquel encuentro instantáneo de miradas acompañado de brevísimas sonrisas, porque le pregunta: “¿Quién es tu amigo, Lorena?”

Ella, visiblemente nerviosa contesta: “¿Mi amigo? Ese joven no es mi amigo. Ni siquiera sé cómo se llama. ¿Vamos un ratito a la Plaza de las Palomas?”

Pero Roberto no deja que la cosa quede allí.
 —¿Por qué te has puesto tan nerviosa? Entre tú y yo jamás ha habido secretos. Creo que ha llegado el momento de que me digas que hay entre tú y él.
 Lorena se detiene y lo mira muy seria.

—No puedo pensar que tú no me creas. A ese joven no lo conozco. Solo lo he visto unas cuantas veces y en una única ocasión se acercó a mí para decirme algo, pero absolutamente nada de lo que tú puedas imaginarte.
 —Qué interesante. ¿Y qué te dijo esa única vez qué te habló?

Lorena está muy seria. Evidentemente molesta. Se queda pensativa unos momentos y solamente le dice:
 —Mira Beto, de veras no te puedo decir ahora lo que ese joven me dijo. Pero te prometo que algún día te lo diré, aunque te repito que no me dijo nada malo, no me dijo un piropo ni cosa por el estilo y...

Roberto la interrumpe y visiblemente molesto le dice.
 —Lorena, acabo de recordar que tengo que hacer algo. Perdona que te deje aquí. Después nos vemos.
 —Pero Beto…
 —Adiós, Lorena— le dice Roberto y sin beso y sin nada da la vuelta y se aleja, dejando a  la linda muchacha, triste y confundida. Nunca antes Roberto se había portado así.

Han pasado varios días y ella en vano ha esperado cada tarde que aparezca su amado Beto. Le ha llamado al taller pero siempre le dicen que no está disponible. Ha llamado a la casa de él y siempre la mamá o la hermana de Roberto le dicen que no está.

Cada noche ella llega llorosa a su casa, y cada noche se desvela en su cama recreando en su memoria la última conversación que tuvo con Beto.

Roberto por su parte ni come ni duerme y ha tomado la mala costumbre de llegar tarde a su casa y salir de ella muy temprano. No quiere que su madre llegue a preguntarle qué es lo que pasa.

Una tarde, al salir del trabajo se dirige a un café. (Por mucho que sufra,  Roberto jamás entrará a una cantina. Siempre ha sido muy correcto y por cierto esa fue una las cosas que le ayudó a conquistar a Lorena)
 Muy triste, Roberto da vueltas a la cuchara de su café. De pronto la mesa contigua es ocupada por varios jóvenes que charlan alegremente. Roberto nota que uno de los de la mesa vecina es el siempre bien vestido y apuesto joven que le robó el sueño y tal vea a su amada también.

No puede menos que interesarse en lo que ocurre en la mesa de los jóvenes. Por la conversación ahora sabe que su “rival” se llama Guillermo.

De pronto, algo un tanto extraño. Guillermo quien está casi de espaldas a Roberto, se ha incorporado un poco hasta alcanzar al joven que está enfrente y le ha acomodado el nudo de la corbata.
 —¿Qué te pasa?— pregunta el joven un tanto confundido.
 —Nada. Es que vi que tu corbata no está derecha y quise acomodarla.
 —Ja, ja— dice otro de los jóvenes. Así es Memo, amigos. No puede ver nada mal puesto porque se impacienta. ¿Sabes, Memo? Creo que lo tuyo es una especie de problema psicológico.

Guillermo contesta con cara de preocupación: “Creo que tienes razón, Pablo. De veras que este perfeccionismo me está volviendo loco. Ya he comenzado a meterme en donde no me llaman y no solamente con mis amigos, sino hasta con gente desconocida.
 —A ver—dice otro de los jóvenes. Cuéntanos un caso que te haya pasado.
 —Déjame ver...  Ah, sí. Recuerdo algo que me pasó hace algunas semanas aquí cerca, en la plaza de San Francisco. Hasta me da vergüenza contarlo. Caminaba muy despreocupado cuando vi a una chica muy linda de pie junto a una banca. Yo creo que estaba esperando a su novio. No pude menos que notar que la pobre muchacha tenía mal abotonada la blusa. Estoy seguro que otros también lo han de haber notado. Por supuesto todos los que la vieron se hicieron los desentendidos. Yo debí hacer lo mismo. Pero no. No me pude contener y me acerqué a ella y casi al oído le dije lo de la blusa. Ella me sonrió avergonzada y yo inmediatamente me alejé.

Estoy convencido de que no debí hacerlo, porque después me he topado con ella varias veces y trato de decirle con una sonrisa que no debe sentirse mal, pero ella me sonríe avergonzada. De veras esto mío ya está rayando en la locura.

Los jóvenes se quedan un rato pensativos y no notan que la mesa de al lado ha quedado desocupada.
 Al rato, deciden marcharse y uno de ellos le dice a Guillermo: “Memo, no se te olvide que esta vez a ti te toca pagar”
 —Ya lo sé—, contesta sonriente Guillermo y se dirige a la caja registradora.
 —Sr. Lira, ya la cuenta fue pagada.
 —¿Cómo es eso? ¿Quién pagó?
 — No lo sé a ciencia cierta. Fue un joven que estaba junto a la mesa de ustedes. Debe ser uno de sus amigos, aunque él no vestía traje.  Muy sonriente dijo que quería pagar por  los cafés y panecillos de todos y hasta me dejó una propinota. Me llamó la atención de que ya afuera dio un salto como de alegría y llamó a un taxi que pasaba.
 —Qué raro. Todos estábamos en la misma mesa.

Mientras habla, Guillermo mira hacia una mesa cercana a la caja y va hacia ella, y coloca con cuidado la cajita de las servilletas en el centro de la mesa y, haciendo una señal de despedida al cajero, se dirige a la puerta. (Fin).

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