POR UNOS CUANTOS CENTAVOS
(Escrito por nuestro amigo Jorge Guerrero)
Hace unos años, no tan pocos, cierta tarde de domingo llegó hasta el rancho Three Stars un hombre con todas las trazas de mexicano preguntando por el dueño. --Yo será--, dijo en un español muy afectado por el inglés uno de los cinco hombres que estaban sentados en el porche de la casona.

Señor, ando buscando trabajo. Me considero uno que conoce todas las tareas del campo y sé mucho de ganado y esas cosas.

"Mi sentirlo muchou, pero no tener trabajo para tí". dijo el inmenso tejano.

Ah, qué caray --dijo el mexicano--” yo sólo quiero trabajar dos meses y llevar a mi casa unos dólares. Quiero contarles a mis amigos que yo también he estado trabajando en un rancho de Tejas.

--Am sorry, pero no te puedo jair--.

Oiga, señor, sepa que yo no quiero ganar mucho. Nada más quiero llevar a mi pueblo dinero americano, para que se sepa que anduve trabajando por acá.

Mira, Mexican. No es que mí no tener para pagarte. Aunque tú verme vestido así, mi rancho valer millones de dólars. Ni tampoco mi ser racista.

Casi todos mis cowboys ser mexicanous. No sé para qué podría emplearte...

 Uno de los amigos del dueño del Three Stars, ranchero rico también, al igual que los otros tres que estaban allí de visita, le dijo a Mr. Harris:

--Hey, Dave, ya has oído que el Mexican solo quiere trabajar dos meses.

Seguramente tú puedes emplearlo--.

Así es, señor Deiv, -- dijo muy animado el mexicano-- y para que vea que sólo quiero conseguir dinero americano para llevar a mi casa, le propongo un trato. Usted me pagará solamente un centavito por el primer día, dos por el
segundo día, cuatro por el tercero, ocho por el cuarto día y así hasta que se lleguen los dos meses. Yo estoy dispuesto a trabajar sábados y domingos, pero solamente dos meses.

 Al oír semejante proposición, uno de los visitantes le comentó a otro, en inglés, por supuesto: --Ah, que mexicano tan tonto...--.  El otro se sonrió.

Mientras el mexicano explicaba el trato uno de los gringos llamado Bill lo observaba con sumo interés. Dave, -- le dijo en inglés Bill a su amigo-- acepta el trato de este mexicano tan bruto. Será interesante verlo cuando tus
demás trabajadores reciban dólares y él solamente unos centavitos--.

 --Tienes razón. Voy a aceptar el trato, pero sepan todos ustedes que no es que me quiera aprovechar de este ignorante sino que voy a darle una lección para que se le quite lo tonto.

Muy bien, Mexican, mi aceptar el tratou.

--Hey, Dave,-- volvió a hablar Bill. --Para que el Mexican no se vaya a echar para atrás, oblígalo a que el trato quede por escrito con nosotros todos de testigos.

--Es cierto,-- dijo David Harris y cuando le propuso al mexicano lo del escrito, este no se opuso, con tal, dijo, de que estuviera escrito en inglés y en español y que se le diera una copia del papel. Así se hizo.

--Mire don Deiv,--dijo Baldomero Chávez echándose el papel en su bolsillo -- mañana a las siete comienzo a trabajar en lo que se me indique.   Estoy seguro que usted apreciará mi trabajo.

Muy bien. Ve a la cocina a cenar y luego busca a Joe para que te diga donde vas a dormir.

Al rato los amigos de Harris montaron sus caballos y se alejaron del rancho Three Stars. Uno de ellos comentó:

No cabe duda de que estos mexicanos son verdaderamente brutos. ¿Quién quiere trabajar dos meses por
unos dólares?

Pues yo te aseguro, John, que este mexicanito va a resultar más sharp que Dave. Te vas a acordar de mí. replicó Bill.

Los demás lo vieron con ojos de asombro, pero no dijeron nada, pues todos reconocían que, de todos los rancheros de esa parte de Texas, Bill era el más leído e inteligente.

 La tarde siguiente Baldomero llegó hasta el porche y le pidió a Dave el centavito.

Tú dejarme que te pague mejor cada viernes como a todos los demás.

No, don Deiv. El trato fue que usted me pagaría cada tarde. Además estoy ansioso por tener mi primer centavito americano en mis manos.

Como tú querer --dijo mister Harris al tiempo en que le aventaba a Baldo el penny.

Conforme fueron pasando los días, los otros trabajadores del rancho, habiendo sabido del extraño trato, observaban con mucho interés a Baldo quien resultó ser un hombre verdaderamente trabajador.

El segundo día Dave le dio a su nuevo trabajador los dos centavos y el tercero le dio cuatro. David Harris no podía disimular la burla al pagarle al mexicano unos míseros pennies por días de extenuante trabajo. Y Baldo no
hacía nada por esconder el gozo de recibir su pago. El cuarto día Dave de plano soltó una carcajada cuando el ignorante trabajador le dijo al recibir sus 8 centavos: --Gracias, don Deiv. Cuando llegue a mi pueblo seré el más
rico de todos allá--.

El quinto día Baldo recibía dieciséis centavitos, el sexto 32 y el séptimo 64. O sea, que a la semana de trabajo Baldo había recibido un total de un dólar y 27 centavos.

Cuando todavía no terminaba la segunda semana el señor Harris comenzó a preocuparse. Porque el octavo día pagó dos dólares y 54 centavos y el noveno ya tuvo que pagar más de cinco dólares.

El día número 14, es decir cuando se cumplían dos semanas de trabajo, Baldo recibió por el día $81.92. El tejano hizo cuentas. La segunda semana había pagado a su trabajador no $ 1.27 como la primera, sino $ 162.56. El
primer día de la tercer semana de trabajo Dave dio de mala gana a Baldo sus $163.84 y el siguiente día, es decir el día número 16, ya le tuvo que dar a su trabajador $ 327.68. Para entonces había dos cosas que hacían rabiar al señor Harris: Que Baldo no aceptara cheques (acuérdese don Deiv, que no se habló de cheques) y que siempre el mexicano se retirara con un "Gracias don Deiv, voy a volver rico a mi pueblo".

El lunes día 22 del trato mister Harris fue a su banco en Abilene a sacar dinero en efectivo. Debía de estar preparado para pagar a su trabajador los días de la semana que seguirían. El presidente del banco, amigo de Harris, le dijo: --Te veo muy delgado Dave, ¿Te pasa algo? Me han comunicado que estás retirando de tu cuenta cantidades cada vez más fuertes. ¿Qué puedo hacer por tí?

Gracias Nate, pero nada puedes hacer. Lo que pasa es que hice un mal trato que me costará mucho dinero, pero no puedo zafarme. Es una cuestión de honor --dijo el señor Harris sin disimular su mal humor. ¿Cómo no iba a estar malhumorado si durante la semana que acababa de pasar había pagado a su trabajador $20,807.68 y esa tarde tendría ya que pagar a Baldo la increible cantidad de $20, 971.52? Las cuentas que había hecho la noche anterior le habían hecho saber que en la semana que estaba dando principio iba a pagarle al de México la asombrosa suma de dos millones, 663 mil 383 dólares y 04 centavos.

La tarde del domingo en que terminaba la cuarta semana de trabajo de Baldo, los amigos de David Harris fueron a visitarlo como lo hacían cada mes.

Los cuatro visitantes estuvieron de acuerdo en que su amigo se veía muy mal.  ¿Cómo no voy a estar mal, si no duermo ni como? Me paso todas las horas del día y de la noche solamente pensando en el maldito trato que hice con el mexicanito.

Todos, menos Bill se asombraron al oír a su amigo y le pidieron que les explicara la cosa. Cuando él con ayuda de un lápiz y un papel les mostró lo desastroso del trato, ellos se quedaron mudos. Bill tomó el lápiz y después
de unos minutos le dijo a su amigo: Dave, en este día el trato apenas está a la mitad y esta tarde tendrás que pagar al señor Chávez más de un millón de dólares por su día de trabajo. Cuando el trato termine, por no decir antes,  tu capital de cuatrocientos millones de dólares habrá pasado a las manos del mexicano. Creo que deberás deshacer el trato ahora mismo.

Pero, ¿cómo, si dí mi palabra y además hay un papel firmado por mí? Ustedes han firmado como testigos.

Dave, cuando están de por medio 400 millones, que son todo lo que tienes, no hay palabra, ni honor, ni nada que valga. Ni siquiera la vida de ese mexicano. Es más: Ese papel que firmaste debe desaparecer a como dé lugar.

Todos los demás asintieron.

En eso la figura del mexicano se vio regresando del campo. Como todas las tardes, Baldo regresaba silbando, aunque se le veía cansado. Nadie podía acusarlo de ser perezoso. Los cinco amigos se quedaron viendo con mucho interés hacia el mexicano que todavía estaba algo lejos. En eso, un auto se acercó por el camino y se detuvo junto a Baldo quien se subió al vehículo.

Todos vieron cómo Baldomero se llegó hasta la barraca donde dormía y sacaba unas maletas seguramente con su ropa y su dinero. Momentos después el mexicano y el otro hombre llegaron en el auto hasta en frente del porche y se bajaron.

Buenas tardes, don Deiv. Buenas tardes señores. Vengo por mi paga del día. Permítanme presentarles a mi nuevo amigo el señor Clark. El es un  abogado de El Paso a quien he llamado para que sea testigo de algo que quiero proponer al señor Deiv. Pero primero quiero mi pago del día.

 El señor Harris no tuvo más remedio que sacar de su portafolio una gran cantidad de billetes y contar poco a poco la suma de $1,342,177.28. Todos, incluyendo al mismo Baldo estaban absolutamente asombrados. Jamás, en toda la historia del mundo se había pagado algo así a un obrero por un día de trabajo.

Well, Baldomero, dime ahora a qué deberse la presencia del señor abogado.

Pues, mire, don Deiv comenzó a decir el mexicano al tiempo que le daba vueltas a su sombrero que tenía en las manos. He pensado que en este trato que hemos hecho yo he ganado muchísimo dinero. En este momento soy
millonario. No quiero que se sienta ofendido, pero también sé que cuando hay de por medio tanto dinero como en nuestro trato, el honor y la palabra de los hombres ya no tiene valor. O sea, que a estas alturas el papel que firmamos usted, yo y los caballeros aquí presentes no es más que eso. Un papel sin valor que fácilmente puede ser robado y quemado. Conociendo todos nosotros cómo somos los seres humanos y sin ofender a nadie creo que estamos de acuerdo en que aun mi vida está en peligro.

Los cinco rancheros tejanos se miraron unos a otros maravillados de las palabras del mexicano. Cualquiera habría dicho que los había estado oyendo deliberar unos minutos antes.

Continúa --dijo el señor Harris sin ocultar su admiración--.

Mire, don Deiv. Yo calculo que usted debe valer  unos cuatrocientos millones de dólares basándome en lo que tiene de terreno, de ganado y lo que me imagino ha usted invertido a través de los años. dijo Baldomero al tiempo en que los rancheros se quedaban con la boca abierta al oír la cifra. O sea que usted es realmente muy rico.Yo sé que unos cuantos millones más o menos no le afectarán mucho. Pero también sé que si siguiéramos con el trato, en cuestión de unas semanas usted ya no tendría con qué pagarme. Quiero en este momento y en presencia del señor Clark y de sus amigos proponerle que me dé otro tanto de lo que me ha pagado hasta este día y que el trato se termine.

Con los cuatro o cinco millones que me lleve viviré como rico por el resto de mis días y usted podrá volver a dormir tranquilo. ¿Qué le parece?

David Harris lo pensó por un minuto mientras que todos lo observaban con atención y dijo. Mí aceptar, Baldomero. Y mí agradecer que tú haber decidido no dejarme en la ruina. Como tú decir, cinco millones de menos no afectarme gran cosa y mí merecer perderlos por no detenerme a hacer números. Please wait. Yo volver en un moment.

Enseguida volvió con una maleta llena de dinero y le contó allí mismo a Baldo la cantidad millonaria convenida. Finalmente el señor Harris le dio la mano al mexicano y le dijo: Puedes quedarte con la maleta. Sabes, Baldomero, yo nunca conocer a nadie tan listo como tú. Pero please decir una cosa. ¿Cómo fue que se te ocurrió eso de un centavito doblado cada día de trabajo?

Baldomero Chávez entregó al gringo el papel firmado y comenzó a meter allí el bulto de billetes de alta denominación al tiempo que decía: La idea del centavito doblado hasta convertirse en millones no es mía. Hace muchos años llegó a mi pueblo un maestro de escuela primaria que me enseñó a jugar ajedrez.

Chess --interrumpió Bill-- Chess se llama en español ajedrez.

El juego --prosiguió Baldomero-- me apasionó tanto que un día le pregunté al profesor si sabía quién lo había inventado. El profe me contó que el juego había sido inventado por un hombre del ejército de cierto rey Ãrabe.

Pronto todo mundo allí jugaba ajedrez, hasta el mismo rey. Uste estaba tan maravillado de la inteligencia del soldado que lo mandó llamar y ofreció darle lo que quisiera. El rey se quedó muy sorprendido cuando el soldado le pidió una cosa al parecer muy insignificante...

Todos, menos Bill, estaban muy azorados escuchando a Baldomero. Uste le dijo al también asombrado abogado que ya era tiempo de irse y después de subir la maleta al auto y de acomodarse en el asiento del pasajero, dijo a
sus oyentes a quienes tenía en ascuas: Don Deiv, ya me voy. Le deseo a usted y a sus amigos la mejor de las suertes.

Espera, --dijo Dave.-- Tú no haber terminado de decirnos que pasar con lo del rey y el soldado que inventó el chess.

Don Deiv, pregúntele a su amigo aquí presente, dijo señalando a Bill.  Estoy seguro que él sabe la historia. Vámonos, señor Clark --ordenó el nuevo millonario-- y, sin más, el auto se alejó del rancho Three Stars.

Los norteamericanos se quedaron viendo el auto hasta que se hizo chiquito en la llanura. ¿Sabes tú el resto de la historia? preguntó Harris a Bill.

Sí, --dijo Bill--, pero me asombra que el señor Chávez supiera que yo sé la historia. Después de luchar por resolver mentalmente ese problema, dijo:

Sin duda este mexicano es sumamente inteligente. En cuanto a la historia del chess se dice que el soldado, le pidió al rey que le diera un granito de trigo por el primer cuadro del tablero, dos por el segundo, cuatro por el
tercero, ocho por el cuarto cuadro y así le fuera doblando la cantidad hasta llegar al cuadro numero 64, es decir el último. El rey pensó que el soldado no era tan inteligente, pues pedía una bagatela. Pero mucho antes de que se
llegara al último cuadro del tablero, ya no había en todo el reino trigo suficiente para seguir dándole al soldado. Casi cualquier libro sobre la historia del chess incluye esta historia.

Los rancheros millonarios se quedaron pensativos por un rato. Finalmente Dave habló y le dijo a su amigo:

Bill, tú sabías lo del chess cuando el mexicano me propuso el trato. Y ahora me acuerdo que tú me animaste a que aceptara y hasta propusiste lo del papel firmado. Me pregunto por qué lo hiciste?

Bill se quedó callado por unos momentos ante la mirada escudriñadora de sus amigos y luego dijo --Yo me imaginé que esto iba a terminar más o menos como terminó. Dejé que el mexicano se saliera con la suya para convencerlos a ustedes de que están mal cuando me dicen a mí que porque son muy ricos no tienen necesidad de tomar nunca un libro. Ahora espero que hayan aprendido la lección.

Los amigos se quedaron muy serios por un rato. Finalmente David Harris soltó una carcajada y dijo: Pues sí, Bill. Yo he aprendido la lección la cual, por cierto, me ha costado millones de dólares.

Al oirlo, sus amigos también se carcajearon.

FIN

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