MI AMIGO JIMMY
(Escrito por nuestro amigo Jorge Guerrero)
Siempre me ha gustado manejar de noche. Todo está tranquilo y uno se puede
detener donde sea a admirar el cielo estrellado. Total, si me da sueño me
paro por allá a dormir un rato y luego le sigo. Estoy llegando a la ciudad a
donde vine a dar cuando emigré de México.
        Por primera vez pude vacacionar unos días en mi querida patria
visitando a mis padres y hermanos, pero he tenido que acortar mis vacaciones
pues estoy citado a testificar dentro de unas horas en un juicio criminal. La
verdad es que estoy muy nervioso.
Toda esta pesadilla comenzó la madrugada en que fui testigo de un horrible
crimen del cuál se ha oído mucho en los noticieros y en los periódicos.
        A veces quisiera que Jimmy no hubiera sido tan buen amigo ni me
hubiera conseguido aquel empleo.  Porque fue él quien me consiguió mi primer
trabajo en los Estados Unidos. Si yo no hubiera estado trabajando aquella
madrugada  no hubiera sido testigo del horrendo crimen.
        El mío era un trabajo humilde pero al fin y al cabo un comienzo. No
solamente Jimmy me introdujo con su amigo del Bigstone Telegram para que me
diera una ruta de entregar el diario, sino que me prestó un Chevy viejito que
no usaba para que hiciera las entregas. Buen amigo este gringo.  Parece que
le caí bien desde el principio.
        Apenas llegué de arrimado a con mi tío Juan y ya Jimmy me estaba
invitando a comer a su casa y hasta me regaló una ropita. ¡Qué amolado
llegué! Y no que este Jimmy fuera un invertido o cosa semejante. ¡Qué va! Dos
o tres güeritas siempre andaban detrás de él. Mi amigo Jimmy vivía solo en la
casa de enfrente y siempre se le veía haciendo ejercicio afuera de su casa
cuando regresaba de su trabajo. A juzgar por lo bien vestido que andaba creo
que trabajaba en una oficina.
        Mi humilde trabajo me gustaba, porque aunque tenía que madrugar, ya
para las ocho de la mañana estaba en mi casa estudiando un poco de inglés.
Como me decía Jimmy en su terrible español, lo primero que debe hacer uno que
llega a este país, es aprender el idioma. Tiene toda la razón.
        Lo que me asombraba durante mis horas tempraneras de trabajo era ver
a mujeres solas corriendo por las calles tan de madrugada con sus audífonos
escuchando tocacintas o radiecitos de pilas. Más de una vez me pregunté si
estas gringas no tendrían miedo de que algún maniático las fuera a asaltar.En
cuanto a mí, en ciertos tramos de mi ruta tomaba un montón de periódicos y me
iba hasta dos cuadras aventándolos en las casas por el puro gusto de caminar.
Es bonito sentir el aire fresco de la madrugada.
        Fue precisamente en una ocasión cuando iba caminando con mis diarios
bajo el brazo que al cruzar frente a un alley (un callejón de esos que están
detrás de las casas, entre dos calles) que me pareció escuchar unos quejidos.
Me detuve detrás de unos arbustos a observar qué podría estar pasando y fue
entonces cuando alcancé a ver en la penumbra a un hombre encima de una mujer
tirada en el suelo. A juzgar por el forcejeo y los quejidos de ella allí estaba
ocurriendo una violación. Pero lo verdaderamente terrible fue cuando
el maniático alzó su mano derecha en la que traía un cuchillo y le corté la
yugular a la desdichada mujer. ¡Yo vi brillar el arma a la luz de una lámpara
que estaba en el patio trasero de una casa cercana! Pobre de mí. Estaba
engarrotado por el pánico. En  seguida el malvado le jaló a su víctima el
pantaloncillo deportivo y se alejó de allá  pasando muy cerca de mí pero sin
verme. Claro que no lo vi bien en la oscuridad, pero por su andar rápido y
por su silueta, pude saber que se trataba de un hombre joven y atlético.
        Al rato salí de mi escondite detrás de los arbustos y llegando al
Chevy me fui a casa totalmente asustado por lo que había visto.

        ¿Que por qué no reporté a la policía lo que vi? De tarugo lo hago.
Estoy seguro que no me habrían creído y me habrían cargado con el paquete.
Todavía meses después los ineptos no habían dado con el criminal. Claro que
yo estaba muy atento a la televisión y a los diarios y siempre con la zozobra
que llegara algún policía a preguntarme si yo, el repartidor de periódicos,
no había visto nada y por qué la madrugada del crimen no había hecho todo el
recorrido y por qué paré de entregar precisamente junto al lugar del
asesinato. Pero como digo, a estos ineptos ni siquiera eso se les ocurrió
investigar.
        A nadie le conté nada. Ni siquiera a mi amigo Jimmy, quien por cierto
notó que me iba desmejorando y hasta le extrañó que poco después dejara el
trabajo de repartidor. Cómo no lo iba a dejar si cada vez que pasaba junto a
aquel callejón sentía que se me doblaban las piernas nomás de acordarme de lo
que había visto?
Muchas noches los noticieros de la televisión hablaron del caso y hasta
presentaron el rompevientos verde con manchas negras de la mujer asesinada
que hacía juego con el pantaloncillo que el asesino se había llevado. Ah,
que mal me sentía yo al ver todo aquello!

        Y sin querer fui yo mismo quien dio con el asesino. Es por eso que
hoy debo testificar.

        De plano ya no podía con la carga de mi secreto y una tarde me decidí
a contarle todo a Jaime, como yo lo llamaba. ¡Qué bien se siente tener amigos
como Jimmy! Recuerdo que él se tomaba la molestia de sacar libros de la
biblioteca pública para que yo siguiera avanzando en mi aprendizaje del
inglés. Buen amigo, este gringo. Seguramente él me comprendería y me
aconsejaráa qué hacer. Yo debía llevarle unos libros para que él los
devolviera a la biblioteca y esa tarde, cuando pensé que él ya estaría en
casa crucé la calle. Pero Jimmy no había llegado todavía y con la confianza
que había crecido entre los dos,  entré en la casa que él a veces dejaba
abierta.

        Estos güeros siempre me asombran. Creo que sus padres los educan muy
bien. Un joven solo como Jimmy con una casa tan bien arreglada. La sala
impecable. Todo en su lugar, como siempre. ¿Tendrá también su recámara en
buen orden? Yo nunca había entrado allí. Me asomé. Claro que estaba
perfectamente bien arreglada. La cama tendida. Nada en el suelo.
        Pero lo que me llamó la atención no fueron las fotografías de la
familia de Jimmy, sino la pared de la recámara frente a la cama. En ella
estaban clavadas con cuidado en forma extendida varias prendas de vestir
femeninas. Dos o tres blusas y varias prendas interiores. Y entonces lo vi:
Un pantaloncillo verde con manchas negras, inconfundible.
        No había salido de mi asombro cuando escuché el ruido del auto
deportivo  de Jimmy. En ese terrible momento no se me ocurrió nada sino abrir
 la ventana de la recámara que da hacia atrás de la casa y correr como un
loco.
        Rodeando llegué por atrás a mi casa, es decir la de mi tío, y por la
ventana pude ver a Jimmy que buscaba algo o a alguien junto a su casa con
aire de preocupación. Cuando lo vi que se metió recordé que allí, sobre una
mesa de la sala, había yo dejado los libros.
        Casi inmediatamente vi que Jimmy salía de su casa y se dirigía a
grandes pasos hacia la mía. ¿Qué podía hacer yo? Inmediatamente huí por atrás
y después de zig zaguear corriendo varias cuadras me dirigí hacia un teléfono
público y llamé al 911. ¿No habría usted hecho lo mismo? Yo sabía que ahora
también mi vida estaba en peligro.

.........

He llegado a mi casa cuando el día comienza a clarear. No puedo evitar echar
una mirada a la casa de Jimmy. Sola, como quedó desde aquella tarde en que
llegó la policía. El juez no permitió que el acusado saliera de la cárcel
bajo fianza a esperar el juicio, el cual  esta mañana debe comenzar y en el
que yo seré el principal testigo de la fiscalía.
        Yo sé que cuando llamé a la policía hice mi deber. También sé que de
ello pudo también depender mi vida. Pero aun así me siento muy mal al tener
que testificar en este juicio. Los diarios han publicado que la fiscalía
pedirá la pena de muerte si el acusado es encontrado culpable.

        Una cosa sí digo: Sea lo que sea, este gringo, Jimmy, fue un buen
amigo. Amigo, como pocos. Cuando dentro de tres horas yo esté en el banquillo
de los testigos y él me esté viendo, se lo diré si tengo la oportunidad. A
pesar de que es un asesino y un maniático sexual, creo que él me entenderá a
El entenderá que aunque lo considero un buen amigo, no me queda otra cosa que
con mi testimonio enviarlo a la muerte.

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