LA ALBERCA DE LA PANDILLA
(Escrito por nuestro amigo Jorge Guerrero)
Esa mañana seis de los muchachos del barrio, de entre once y trece años de edad,
caminaban ya no tan rápido después de unas dos horas rumbo a un punto no lejos
de la cortina de la Presa del Chuvéscar. Qué lejos estaban ellos de pensar que lo
sucedido ese día de verano se les quedaría en la memoria para siempre.

        Para llegar a donde se pasarían gran parte del día nadando todavía faltaba lo
más difícil: pasar a través de un tubo que ellos usaban como puente para poder llegar
hasta el otro lado del río. El grueso tubo como de unos 40 centímetros de diámetro
estaba a una altura de cuando menos unos 30 metros a la mitad del río. Y desde un
lado hasta el otro debe haber habido unos cien metros de largo. El inmenso tubo era
sostenido por puntales de fierro puestos a cierta distancia unos de otros.

        Como siempre, Beto era el que "hacía punta". El era el único que pasaba de
un lado al otro, caminando por el tubo. Los demás a horcajadas poco a poco se iban
empujando a sí mismos. El más miedoso de todos era Carlitos (no se llamaba así,
pero alguien le encontró cierto parecido a un pollo de una historieta con ese nombre
y el apodo se le había quedado). Carlitos era el que llegaba mucho después, porque
avanzaba muy lentamente sufriendo enormemente por su pánico a las alturas.

        Entre los chicos estaba un Carlos de a de veras, pero a quien se le conocía
como Tobi, otro personaje del mundo de los dibujos animados. El Tobi de las caricaturas
y el del barrio se parecían en el sobrepeso y en lo comelón.

        Chacho era el intelectual del grupo. Todos en el barrio sabían que su papá tenía
un titipuchal de libros en su casa y que Chacho, quien había aprendido a leer solo
desde los cinco años, era tan afecto a la lectura como su progenitor. A los doce años
ya había leído muchas obras de la literatura que la mayoría de la gente no leerá en toda
su vida. Todos sus compañeros se asombraban de las palabras tan difíciles que usaba
en su conversación.

        A Andrés lo apodaban El Cerillo, seguramente por ser pelirrojo. El Cerillo se
distinguía por lo parlanchín y mentiroso. Pero a todos les gustaba escucharle contar
sus aventuras, casi de seguro imaginarias. Un día les había contado que venía por la
calle Segunda, que era una bajada interminable, en su bicicleta, de pie sobre el cuadro
y los brazos extendidos como alas de avión cuando en el cruce de una calle pasó en el
mismo momento un carro.

Andrés había chocado con el carro y el impacto lo había lanzado por los aires hasta caer
en la azotea de una casa, sin que le pasara nada excepto unos raspones.. Como las
aventuras las contaba con toda seriedad los chicos no sabían si creerle o no.

        El otro era Rafa. De todo el grupo, él y Beto eran los más apuestos a sus trece y
doce años respectivamente. Ya desde entonces se veía que las chicas los buscaban y
Rafa se jactaba de haber tenido una aventura con Gris (Griselda) la bien formada
muchacha de 16 añ±os que era la más "volada" del barrio y de la cual los mayores
decían que "no terminaría nada bien". Rafa era el payaso del grupo. Nadie se explicaba
dónde aprendía los chistes que formaban un repertorio inagotable.
 
 

-2-

        Deben haber sido alrededor de las once de la mañana cuando los chicos
menos Carlitos llegaron a su destino: una especie de pequeña alberca natural
de unos cuatro por seis metros entre las peñas junto a un alto risco,
prácticamente vertical. Al otro lado del risco había una parte plana con césped.
Los amigos decían que su alberca habría sido perfecta si tan solo estuviera
cuando menos el doble de grande.

        Apenas llegaron, Tobi sacó de su bien surtido morral una de la media
docena de tortas que su mamá siempre le preparaba para esas aventuras y se
dispuso a calmar el hambre.

        Chacho se tiró en el césped, sacó un libro y se sumergió en la lectura. Los
otros platicaban mientras se desnudaban y se ponían sus trajes de baño. Carlitos
se veía a lo lejos allá arriba avanzando lentamente por el tubo. Aunque él era el
objeto constante de las burlas de sus compañeros, todos lo querían bien, porque
tenía una gran simpatía. Jamás se enojaba y siempre había estado dispuesto a
ayudar a sus amigos en lo que fuera.

        Beto fue el primero en tirarse al agua. Le siguieron Andrés y Rafa.
Cuando llegó Carlitos se sentó junto a Chacho.  ”¿Notaste que esta vez tardé
menos en cruzar el puente?" Se me hace que ya no siento tanto miedo a las alturas.
        Chacho lo miró con simpatía y le sonrió. Estos dos eran muy buenos amigos,
entre otras cosas porque Chacho jamás se burlaba de Carlitos.

        Poco después todos estaban en el agua. Aunque ninguno de ellos había
nunca tocado el fondo de la alberca todos, hasta el medroso Carlitos, se sentían
confiados, pues siendo el lugar tan chico, cualquiera podía nadar de una parte a
la otra sin ninguna dificultad.

        Allá como a la una de la tarde se salieron a comer sus tacos o tortas y a beberse
las pepsis que siempre llevaban. Luego se acostaron a tomar el sol y a platicar.
Andrés platicaba sus aventuras a Rafa y éste le contestaba que no podía creerle y
que eso le recordaba un chiste. Se lo contaba y Andrés soltaba la carcajada. Mientras,
Chacho seguía absorto en la lectura. Tobi pronto se quedó dormido y al rato el inquieto
Beto se lanzó otra vez al agua.

        Carlitos, el más grande admirador de Beto, lo vio deslizarse graciosamente en
el agua hasta el otro lado y comenzar a escalar el risco. Boquiabierto, Carlitos no le
quitaba la mirada a su amigo quien, aparentemente sin esfuerzo iba cada vez más
arriba. Unos meses atrás había llegado a la ciudad un hombre quien se hacía llamar
"el hombre mosca" y había causado sensación entre chicos y grandes al subir por la
pared de la catedral de cantera hasta mero arriba del campanario. Beto era todo un
hombre mosca, pensó Carlitos.

        Cuando Beto ya estaba a unos 15 metros de altura, es decir cuando le faltaban
unos cinco para llegar a la cúspide, el atónito Carlitos llamó con el codo la atención
de Chacho y le señaló con la mirada al intrépido Beto.
Chacho, con visible admiración, les dijo a los otros que miraran. De manera que todos,
menos el dormilón Tobi, vieron como Beto logró llegar hasta arriba.

        Entonces la voz de Beto reverberó en el cañón de la presa al gritarles a sus
amigos que se iba a tirar un clavado. No lo dudaron. Su amigo siempre cumplía lo
que decía.

        Chacho inmediatamente hizo cálculos y les dijo a los otros que a esa altura un
clavado era sumamente peligroso por el diminuto tamaño de la "alberca". Si Beto no
calculaba bien podía estrellarse en las rocas o hasta en el césped.
        ”Es más” dijo Chacho, ”aunque caiga en el agua, si el clavado sale mal, Beto
puede lastimarse seriamente en el impacto".

        Pero ni para qué tratar de disuadir al clavadista. Sus amigos sabían de
sobra que si Beto había dicho que se iba a tirar, se tiraría y punto. Así pues,
mientras allá arriba el valiente muchacho se concentraba en el clavado,
abajo lo único que se oía eran los ronquidos de Tobi. Los otros chicos
instintivamente se hicieron un poco hacia atrás y nadie se fijó que Carlitos
estaba temblando de miedo por su amigo.

        A los pocos momentos los chicos vieron a Beto lanzarse al vacío.

        Chacho, el incansable lector, había llegado a saber que hay unos
poquísimos mortales que parecen hacerlo bien todo; que ya desde niños dan a
entender que serán verdaderamente grandes, si llegan a la adultez. Estos
privilegiados seres humanos son los que mueven al mundo. Chacho sabía que su
amigo Beto era uno de esos. De manera que el chico de los libros no se
asombró tanto como sus compañeros con el clavado del intrépido Beto. Ese
clavado fue simplemente perfecto. Al entrar en el agua casi nada salpicó y
otra cosa extraordinaria fue que cayó exactamente en medio del agua.

-3-

        Un clavado perfecto. Pero a veces en este mundo imperfecto lo perfecto no
es lo mejor.

        Los señores que vinieron de la ciudad a investigar el caso llegaron a una
conclusión: Si Beto tan solo hubiera entrado al agua unos treinta centímetros a
cualquier lado de donde entró, su cabeza no se habría impactado en la traicionera
roca puntiaguda que estaba exactamente en el centro de "la alberca" a dos metros
de profundidad.

Fin.

¿Te gustó este artículo?
¡¡Envíale un aplauso al que lo compartió!!
¿Que te pareció este artículo?
¡Aplausos! ¡Aplausos! ¡Excelente!
¡Está bien!
Perdóname, pero me aburrí un poco.
¿porqué no te pones mejor a ver la televisión?
Tu mail: 

Comentarios:


Gracias por tu participación y tomarte un minuto para mandar tu mensaje,
así contribuyes al mantenimiento de esta página.
Lecturas para compartir.  Club de lectura y amistad.  www.lecturasparacompartir.com