EL TRINO DEL SINSONTE
(Escrito por nuestro amigo Ricardo Nanjari)
“¿De donde eres?”, preguntó el dependiente de la pequeña tienda de artículos, en la Finca Ma Dolores.
“De Chile”, respondió ella en forma nerviosa, sin dejar espacio para más preguntas.

“Pero si eres puro cubana”, le dijo él con una sonrisa maliciosa.

En Trinidad pueden confundir a un chileno con un español y hasta con un italiano, pero jamás desconocerán a una cubana. Por esto, a la hora de buscar alojamiento esto es más bien un problema para nosotros, pues mi compañera, por ser cubana, no puede disfrutar de los mismos privilegios del turista, aunque tenga los medios económicos para hacerlo. Entonces, hacerse pasar por chilena, algo que en otro país puede ser no más que una travesura, se vuelve una arriesgada maniobra y una acción temeraria, que la deja en la incómoda posición de ilegalidad.

Sin embargo, a la hora de caminar por las calles empedradas que nos transportan a un pasado romántico y mágico, ya no importan nuestras nacionalidades, ni nuestros propios pasados. Nos encontramos con algunos lugareños a caballo o trasladando mercancías a lomo de mulas, en una atmósfera de encanto primitivo que cautiva desde que uno entra a la ciudad.

Trinidad desde lo alto, parece un laberinto de tejados que abre paso a las plazas donde se desarrollan las actividades. Declarada Patrimonio de la Humanidad en 1988, se puede apreciar en su entorno, el Museo Romántico, la Galería de Arte y el Museo de Arquitectura. En frente, la Parroquial Mayor completa el conjunto de este espacio.

Permanecer en este lugar por algunas horas, es suficiente para impregnarse de una energía diferente. Los vendedores de artesanía llevan en sus rostros la historia de la ciudad. Quizás algún anónimo descendiente de Hernán Cortés, que estuvo en la ciudad el año 1518 reclutando indígenas para sus expediciones, quizás descendientes de algunos esclavos que trabajaron en las plantaciones de caña hacia fines del siglo dieciocho o quizás algún combatiente contra la dictadura de Batista.

Cerca de la Plaza, descendiendo por la calle Desengaño, está el Palacio Cantero, sede del Museo de Historia y el Palacio Iznaga. En la calle Cristo, vemos la Casa de los Conspiradores y el inmueble donde alojara Alejandro de Humbolt, durante su estancia en Trinidad. La plazuela de Real del Jigüe, es el lugar donde se ofició la primera misa católica y donde está el restaurante del mismo nombre, con una vistosa fachada decorada con motivos moriscos.

En La Canchánchara ubicada en el corazón del centro histórico, podemos escuchar algunos conjuntos de música tradicional, comprar algunas artesanías o simplemente descansar del calor, tomando un guarapo.
La música, presente en todos los rincones, nos lleva a lo alto de una escalinata situada al costado de la Parroquial Mayor, donde se escucha la voz de Silvio Rodriguez:

“Si no creyera en la locura
de la garganta del sinsonte,
si no creyera que en el monte
se esconde el trino y la pavura.
Si no creyera en la balanza
en la razón del equilibrio,
si no creyera en el delirio
si no creyera en la esperanza”.

El sinsonte o ruiseñor, se posa sobre la campana del antiguo convento franciscano, fundida en 1853. El pájaro permanece un momento observando la ciudad al igual que nosotros, nos escucha hablar y nos obsequia su trino, para luego volar dejándonos abierta la visión de los tejados de la ciudad y más lejos, los montes del Escambray.
Los criadores de sinsontes, se dan cita en algunas épocas del año, con el fin de establecer en pruebas públicas, cuales son los mejores, según la calidad del trino, que miden por la duración, intensidad y frecuencia del canto.

Nuestro sinsonte, nos ofreció un concierto privado y único. Nos escuchó, seguramente para integrar nuevos sonidos a su repertorio de imitaciones y luego desapareció.

“Si no creyera en lo que agencio
si no creyera en mi camino,
si no creyera en mi sonido
si no creyera… en mi silencio”.

El sol empieza a ponerse en el horizonte, se acerca la noche, y los Trinitarios verán la teleserie o novela, con sus ventanas abiertas, invitando a todos los paseantes a formar parte por un momento de su intimidad. La luna pronto alumbrará la ciudad y los músicos se instalarán en la escalinata bajo la Casa de la Música, a ofrecernos junto a un buen ron, la promesa de un sueño, que empieza a convertirse en realidad.

De pronto, el sinsonte aparece nuevamente y nos brinda su último canto, como diciendo con un marcado acento cubano: ¿Y tú quieres? Este pequeño habitante libre de Trinidad y maestro imitador, tampoco desconoció a esta cubana que soñaba con viajar a Chile.

Ricardo Nanjari
Trinidad de Cuba
Noviembre de 2006.

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