EL PERRO FÉLIX
(Escrito por nuestro amigo Jorge Guerrero)
El perro del que estoy comenzando a hablar no había tenido nombre. ¿quién lo iba a bautizar si era un simple perro callejero?

Callejero en toda la extensión de la palabra porque había nacido y crecido en la ciudad cuyas calles que le interesaban conocía a la perfección.

Una mañana me fijé en él. Había yo ido a comprar un kilo de carne y él estaba sentado en la banqueta frente a la carnicería. El perro observaba desde allí muy atento todos los movimientos del carnicero. Se le veía contento y esperanzado. Finalmente Jaime tomó un pedazo de carne y en un plato viejo, que después supe lo tenía solamente para eso, se lo llevó al perro, que pronto lo engulló. Después de eso, esperó a que Jaime volteara a verlo y, si yo acostumbrara jurar, juraría que cierto movimiento de la cara y sobre todo de las orejas no podía dejar de entenderse como un "Gracias, Jaime. Nos vemos mañana".

 Después de dar las gracias, el perro se alejó calle abajo.

"Todos los días exactamente a la misma hora - me dijo Jaime-- ese perro se aposta allí esperando su comida. Con ver ese gesto especial de agradecimiento me doy por bien pagado. Un día, me aguanté sin voltear a verlo como una media hora y el perro no se movió hasta que voltee a verlo y me brindó su gesto tan especial. Sólo entonces se fue."

Esa misma tarde, al pasar junto al río que cruza por mi ciudad vi al perro chapoteando. Al salir se  sacudió el agua en forma elegante y luego, comenzó a andar hacia el centro, con un gesto de estar encantado de haber nacido.  Con el tiempo me di cuenta que si pasaba yo cualquier día a la misma hora por el río, encontraría a Félix dándose su chapuzón. De manera, pensé, que se trata de un perro que lleva una vida metódica, pendiente del reloj. Buena comida en la mañana, un buen baño a las 5.37 de la tarde.

Si viera usted qué útiles son los nombres. Aquel perro fue lo que me hizo reparar en esta verdad.. Yo comencé a pensar en ese perro con cierta frecuencia, pero se me hacía muy extraño que en mis pensamientos tenía que decir-pensar, "el perro del río, el perro de la carnicería, el perro metódico",  etc. Fue así que decidí ponerle un nombre que solamente me serviría para referirme a él en mis pensamientos. Como evidentemente era un perro feliz, lo llamé Félix. Si había un gato en la televisión llamado así, ¿por qué no podía haber un perro al cual el nombre le quedaba a la perfección?

Canijo perro. ¿Va usted a creer que me interesé tanto en él que comencé a seguirlo? A seguirlo sin que él se diera cuenta. Pronto supe que Félix gozaba del respeto de los otros perros de la calle. Cuando él pasaba ellos se acercaban  y, con ese husmear propio de los perros, lo saludaban. El se dejaba olfatear deteniéndose por un momento y luego continuaba su camino con una dignidad propia de Marlon Brando en "El rostro impenetrable"  Se veía que era un perro amante de la independencia. Los demás perros podrían andar en bola; Félix, jamás.

Con el transcurso de mis tardes detectivescas detrás del perro, también noté que éste tenía muchos amigos pertenecientes al género humano. Félix era muy afecto a las caricias y evidentemente les caía muy bien a todos. Creo que al menos unas cien personas le alisaban la cabeza o el lomo en su trayecto por las calles del centro y otras adyacentes. Pienso que Félix sentía cierta predilección por los ancianos a quienes se acercaba, mientras estos estaban sentados afuera de sus casas. Noté que muchos de ellos ya lo esperaban con alguna golosina o una galleta que él nunca despreciaba.

Una cierta señora hasta le platicaba no sé qué y Félix la escuchaba muy atento. Cuando ella comprendía que el perro ya se había detenido mucho allí, guardaba silencio y entonces Félix se retiraba. Y yo tras él.

Félix tenía mucho pegue con las féminas caninas. De eso no quiero hablar mucho, sobre todo por no ofender a alguna perrita por allí que pudo considerarse "la perra de su vida".  A juzgar por las conquistas que le conté durante las semanas  que anduve como tonto detrás de él, estimo que él sí hubiera podido contestar la pregunta ¿"Cuántos hijos tienes?" con la respuesta "¿En cuál colonia?".

Un día supe la razón del respeto que inspiraba a sus congéneres. De una casa rica salió un enorme perro.  Cuando después de husmear a mi amigo, le gruñó en forma amenazadora, supe que una vida perruna feliz estaba llegando a su término. El perro era por lo menos el doble de grande que mi pobre Félix.

¿Correría Félix tan rápido como para escapar del triste destino que le esperaba? Para sorpresa mía y creo que también para la del gigantón, Félix no corrió, sino que se aprestó para la embestida del ricachón. La pelea no pudo durar más de unos minutos. Jamás he visto un perro más bueno para pelear que Félix. El otro nunca pudo proporcionar una buena mordida, mucho menos "enganchar" a Félix quien se movía con una agilidad increíble.

Cuando Félix pudo clavar los dientes en el cuello del riquillo, ya no lo soltó. Es decir, no lo soltó hasta que le dio la gana. Al verse liberado, el valentón se alejó con el rabo entre las patas.

Yo no pude menos que observar a mi campeón. Cuando el otro perro cruzó muy apesadumbrado la reja de su casa, Félix dio la vuelta y comenzó a alejarse trotando muy alegre agitando su cola en alto.

Una tarde en que lo seguía conforme a mi pasatiempo favorito de las últimas semanas, lo perdí de vista. ¿Donde se habrá metido?, pensé. Fue cuando sentí la fuerza de una mirada a mis espaldas. Al voltear vi a Félix.

He pasado horas enteras tratando de explicarme  cómo burló mi seguimiento y rodeando mi entorno sin ser visto se apostó detrás de mí. Claro que ahora sé que Félix supo desde quién sabe cuando de mis andanzas tras de él.
 Después de observarme unos segundos se acercó a mí y comenzó a husmearme. Luego, alzó la cabeza y mientras me miraba, comenzó a mover la cola. Al pasar mi mano por su cabeza y al él aceptar mi caricia comprendí que  Félix me estaba aceptando como su amigo. ¡Qué gran honor!.

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