FICHERO
(Aportacion de nuestra amiga Verónica Sánchez)
 Aún no llego a comprender cómo ocurrió, si fue real o un sueño. Sólo recuerdo que de pronto me encontré en aquel inmenso salón con una pared llena de tarjeteros, como los que tienen las grandes bibliotecas.  Los
ficheros parecían interminables.

Al acercarme, me llamó la atención un cajón titulado: "Muchachas que me han gustado".  Lo abrí y empecé a pasar las fichas.  Tuve que detenerme por la impresión, había reconocido el nombre de cada una de ellas.  ¡Se trataba de las muchachas que a MI me habían gustado!

En el resto de los ficheros estaban escritas las acciones de cada momento de mi vida, pequeños y grandes detalles, momentos que mi memoria había ya olvidado. Algunos me trajeron alegría y otros, por el contrario, un
sentimiento de vergüenza y culpa.

El archivo "Amigos" estaba al lado de "Amigos que traicioné" y "Amigos que abandoné cuando más me necesitaban".  Los títulos iban de lo mundano a lo ridículo:  "Libros que he leído", "Mentiras que he dicho", "Consuelo que he dado", "Chistes que conté"; otros titulos eran: "Asuntos por los que he peleado con mis hermanos", "Cosas hechas cuando estaba molesto", "Videos que he visto"...

Cada tarjeta confirmaba la verdad y llevaba mi firma. Cuando llegué al archivo "Pensamientos lujuriosos", un escalofrío recorrió mi cuerpo. Sólo abrí el cajón unos centímetros. Me avergonzaría conocer su tamaño. Saqué
una ficha al azar y me conmoví por su contenido.

Un pensamiento dominaba mi mente: Nadie debe de ver estas tarjetas jamás.

¡Tengo que destruir este salón!  Pero descubrí que no podía siquiera sacar los cajones.  Me desesperé y traté de tirar con más fuerza, pero fue inútil.

En eso, el título de un cajón pareció aliviar en algo mi situación: "Personas a las que les he compartido el Evangelio".  Al abrirlo encontré menos de 10 tarjetas. Caí al suelo llorando amargamente de vergüenza.

Y mientras me limpiaba las lágrimas, lo vi. ¡Oh no!  ¡Por favor no!

¡Cualquiera menos Jesús!  Impotente vi como Jesús abría los cajones y leía cada una de mis fichas.

Intuitivamente se acercó a los peores archivos. Con tristeza en sus ojos, buscó mi mirada y yo me llevé las manos al rostro y empecé a llorar de nuevo.

Pudo haber dicho muchas cosas, pero El no dijo una sola palabra. Allí estaba junto a mí, en silencio.

Fue el día en que Jesús guardó silencio... y lloró conmigo. Volvió a los archivadores y, desde un lado del salón, empezó a abrirlos, uno por uno, y en cada tarjeta firmaba su nombre sobre el mío.  Me miró con ternura a los
ojos y me dijo:

"He terminado, yo he cargado con tu vergüenza y culpa". En eso salimos juntos del salón, que aún permanece abierto porque todavía faltan más tarjetas que escribir.

Aun no sé si fue un sueño, una visión, o una realidad... De lo que sí estoy convencido es que la próxima vez que Jesús vuelva a ese salón encontrará mas fichas de que alegrarse, menos tiempo perdido y menos fichas vanas y
vergonzosas.

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