PRINCIPES Y PRINCESAS
(aportación de nuestra amiga Laura Cantú)
¿Buscas un príncipe azul o una supermujer?

Más de cuatro años de su vida gastaron Beatríz y Eduardo en un noviazgo
aparentemente feliz, que se acabó en cuanto terminaron la carrera que estudiaron
juntos.

Fue como si hubieran agotado los temas de conversación que tenían en la
universidad, para entrar en una competencia profesional que, lejos de dar
trascendencia a su relación, marcaba territorios incompatibles.

Finalmente, Eduardo confesó que cuando se dio cuenta de que su noviazgo le
reclamaba más formalidad, tuvo miedo de continuar, porque necesitaba tiempo para
saber si Beatríz es la mujer con quien desea pasar el resto de su vida.

Su caso es el de cada vez más parejas modernas que huyen de la responsabilidad
como del demonio incluso cuando ya tienen todo preparado para la boda.

Quizá no supieron nunca que el verdadero amor no se traduce en sentir bonito cuando
se está frente al otro y que tampoco significa estar de acuerdo en todo lo que se hace,
porque cuando realmente se ama a alguien se adquiere el compromiso moral de
ayudarlo respetuosamente a ser mejor, a que crezca como ser humano en todos los
aspectos.

Cuando los jóvenes sueñan con encontrar al príncipe azul o la supermujer para ser
felices siempre, tendrían que plantearse con toda seriedad si no están esquizofrénicos,
porque un mundo así sólo se da en las letras o en las telenovelas, donde navegamos
a merced de la imaginación del autor, pero no en el mundo, donde el Creador ha
dispuesto para los hombres la felicidad y el sufrimiento, los logros y los fracasos, la
aceptación y el rechazo y la lucha constante y permanente, desde que nacemos hasta
que dejamos de respirar.

Hace poco llegó a mis manos una información de Cimac, en la que Martha Celia
Herrera, psicoterapeuta del Centro de Interdisciplina Conductuales, asegura que las
mujeres aún hoy conservan la expectativa de encontrar a un hombre maduro, productivo,
estable, rico, inteligente,paternal, que cambie pañales, que las acompañe al pediatra,
que sepa preparar papillas, que sea una excelente pareja, tierno, que externe sus
emociones, que no pida relaciones íntimas cuando ella está enojada, que sea empático.

Ellos, entre tanto, buscan a la mujer de sus sueños: productiva, inteligente, excelente
anfitriona, que desee uno o dos hijos cuando él lo decida, que no pida dinero, que sea
autosuficiente, independiente y autónoma, que colabore en la economía familiar y que
cuide a los niños, que lave, planche, cocine y tenga bien arreglada la casa, además de
que se dé tiempo para cuidar su apariencia.

La doctora Herrera dice que con la revolución sexual y el feminismo se rompió el equilibrio
tradicional entre el papel que correspondía a los hombres y el que estaba destinado a las
mujeres.

Los varones se asustan frente a las mujeres que compiten con ellos en su espacio laboral
y que a menudo están más calificadas que ellos, y esa amenaza a veces se extiende al
campo sentimental.

Influye también que se dividieron los roles, pero nunca quedaron delineados.

Ahora la mujer tiene más actividades que antes, porque debe estudiar, trabajar y atender
a su familia, hecho que resulta desconcertante para todos.

Las expectativas femeninas y las masculinas son irreales y poco objetivas.  Muchos ni
siquiera son capaces de expresar lo que esperan del otro.

Yo no soy psicoterapeuta, pero sé que en la vida nada es mágico ni gratuito.

Los hombres y las mujeres hemos sido siempre los mismos, aunque las circunstancias
han cambiado y, en este renglón, no tan positivamente como sería deseable.

Hoy queremos que todo sea fácil y desechable, pero eso no es posible en los hombres.
Nadie está ya hecho; la vida entera no nos alcanza a veces para irnos moldeando según
nuestras metas y proyectos.

De esa  manera, la pareja está integrada por dos seres inacabados, que tendrían que estar
conscientes de que van esculpirse juntos durante toda la vida. Anhelar un príncipe azul o
una supermujer junto a nosotros no es un pecado, pero sí puede llegar a convertirse en un
obstáculo para ser felices al lado de un ser humano de carne y hueso, con potencialidades
y miserias que, como nosotros, necesita comprensión y amor verdadero para perfeccionarse
poco a poco.

Si hoy tantas relaciones se rompen después de tratarse en su noviazgo, o después de un
tiempo de casados, es precisamente porque no estamos dispuestos a trabajar para forjar
una relación sana, sincera, basada en el verdadero amor, que no es sólo romanticismo, sino
prueba constante de fidelidad, comunicación, respeto y de humanidad.

Curiosamente, la doctora Herrera concluye que, mientras estudian licenciaturas, maestrías
y doctorados, hombres y mujeres no se dan tiempo para habilitarse en pareja, para hablar
de sí mismos. Todo eso se queda guardado y, cuando cumplen 30 años, deciden tener un
compañero y suponen que, por arte de magia, contarán con habilidades que no
desarrollaron, porque nunca se dieron tiempo para hacerlo.

Para relacionarse con otra persona hay que estar dispuesto a negociar, a manejar enojos,
a discutir -que no es lo mismo que pelear- porque aunque existan puntos de vista diferentes,
es posible conseguir objetivos que satisfagan a los dos, dice la doctora. Pero eso cuesta.

Quizá el problema radica en que nadie desea comprometerse a entablar la lucha por
lograrlo. Demasiado egoísmo. Diría yo.

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