EL EXCESO Y LA CONCIENCIA
(Aportación de nuestra amiga Ileana Gámez)

Les mando este texto muy ad-hoc para esta temporada –y el resto del año- en que compramos muchas cosas para nosotros y los demás. Tal vez podríamos preguntarnos ¿Realmente lo necesito(a) o puedo(e) vivir sin ésto? Antes de comprarlo. No se trata de quitarnos todos los "gustitos", sino de ser más concientes. En el caso de los niños y adolescentes, creo que hay que dejarlos "madurar su deseo", es decir, que deseen las cosas por un tiempo para ver si realmente es algo que anhelan y no un capricho momentáneo por algo que está de moda o les parece chido.

Por Rosaura Barahona

Grupo Reforma

Monterrey, México (nov 22 2007 12:00am).- Los conflictos que vivimos actualmente son de diversa índole. Está desde la incapacidad de muchos mexicanos para asumir nuestra responsabilidad respecto a las condiciones del País hasta la preocupación por hacer rendir el dinero esta Navidad.

Los integrantes de la clase media nos sentimos merecedores de lo que tenemos porque trabajamos mucho para mantener un cierto nivel de vida en donde no falte lo esencial y podamos tener algunos lujos esporádicos.

En la clase media alta hay más recursos, pero sus aspiraciones son superiores; siempre están imitando a los muy ricos, de modo que, a pesar de su dinero, muchos viven con una perenne sensación de carencia. Quisieran una casa más grande, más viajes, más joyas, decoradores para su casa y todas esas cuestiones tan importantes para ellos.

En la clase alta tienen todo lo que desean. Alguien que conoce bien a sus integrantes me contaba que los vestidores de algunas señoras son mayores que cualquier casa de interés social en la actualidad. De hecho ahora acostumbran construirlos de doble altura y giratorios.

¿Cuánta ropa y accesorios podrán acumular estas señoras (y señores) para un solo cuerpo, dos pies y dos manos? Adictos al consumo, continúan comprando todo el tiempo, aunque tengan montones de cosas sin estrenar y montones más usadas una sola vez y en el rincón del olvido.

Muy su gusto y muy su dinero. Sin embargo, tales excesos (de la clase media para arriba) provocan fenómenos que han desencadenado consecuencias preocupantes no por la consecuencia en sí, sino por su significado. Por ejemplo, no saber qué regalar a sus hijos en Navidad o en su cumpleaños porque todo lo tienen, incluso repetido, como me decía una mamá.

Si digo que las cosas han cambiado mucho no significa que añore el pasado; señalo que era distinto. Antes, en Navidad se recibía un carrito, una pelota, un avión o un juego de té. Una bicicleta o una casa de muñecas eran algo excepcional. En las recámaras infantiles los juguetes cabían en una caja grande y ahí se debían poner cuando se terminaba de jugar con ellos.

Hoy las habitaciones de los niños parecen jugueterías. Hay juguetes por todos lados, de decoración o para ser usados, pero de cualquier modo son muchos más de los que pueden usar sus dueños durante toda su infancia. Los niños se acostumbran a verlos y ya no les llaman la atención. Pero les llegan más gracias a su piñata, a Santa Clos (o el Niño Dios) o a sus padrinos, tíos, abuelos y amigos cercanos.

Hoy en día Santa Clos ya hace entregas de lujo. Del avioncito ha pasado a los Xbox o al Wii con sus respectivos juegos, cada uno de los cuales cuesta de 20 a 80 dólares. Y el juego de té lo ha cambiado por una computadora de verdad, pero infantil. Los adolescentes reciben carros de lujo y cruceros.

Todo esto en un país en donde el 80 por ciento vive en la pobreza y, por lo mismo, no recibe regalos ni del Niño Dios ni de Santa, quien, si se asoma por ahí, lleva cosas que nada tienen qué ver con las de otros ámbitos. Y no es precisamente porque los pobres carezcan de chimeneas.

Vivir en el exceso es una cosa, pero darse cuenta de que se vive en el exceso y no hacer nada al respecto a algunos nos parece preocupante. La enorme desigualdad social, económica, educativa y habitacional que hay en México tiene a los chiapanecos y oaxaqueños en un extremo y a nosotros en el otro. Pero nos cuesta trabajo aceptarnos como parte de esa desigualdad tan inhumana.

Millones de habitantes de este país han aceptado la frivolidad como cómplice de sus vidas. No sólo les preocupa la vida privada de artistas y de la supuesta realeza (ahora integrada al mundo del espectáculo), sino que nada hay más importante que la ropa de marca, el bótox o mantenerse en la aburridísima competencia de a ver quién tiene y presume más.

El País sigue sostenido con alfileres, pero nosotros no podemos compartir los excesivos juguetes de nuestros hijos con quienes de verdad los apreciarían, porque parte del juego es quejarse y discutir entre amigos qué les podremos reglar a quienes todo lo tienen... incluso repetido.

En efecto, tenemos muchas, muchas cosas en exceso. La conciencia social no es una de ellas.

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El exceso y la conciencia

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