¿A QUIEN CULPAR?
(Escrito por la afamada escritora Gaby Vargas)
Hace poco, al abordar un avión presencié algo que me hizo sentir mucha pena. A una señora de unos 40 años de edad le costó mucho trabajo acomodarse en su asiento (de pasillo); a su dificultad se sumó su consciencia de la incomodidad y desagrado que experimentaron sus vecinos. ¿La razón? Un grave problema de obesidad.

Una vez sentada, la señora llamó a la sobrecargo y, con discreción, le dijo: "Disculpe, ¿podría darme una extensión para el cinturón de seguridad?". Con el ruido de los motores prendidos, la sobrecargo no alcanzó a escucharla, por lo que al repetirlo más fuerte, todos nos enteramos. Sentí una punzada en el pecho. Se veía que para ella todo lo cotidiano (incluso respirar), representa un gran esfuerzo.

Ese problema, de acuerdo con diversos estudios, puede tener origen en la niñez. El 80 por ciento de las personas que en la infancia (entre los 10 y los 15 años) son obesos, lo serán también de adultos.

Durante el vuelo, recordé nuestro penoso primer lugar en obesidad infantil y la nota del 10 de abril de 2010 del periódico Reforma, la cual me impactó: "Muere niño de 13 años que sufría obesidad por una afectación cardiaca, en una calle del Distrito Federal. Pesaba 120 kilos".

Para un niño o una persona obesa, la vida puede ser una larga cadena de experiencias difíciles y hasta humillantes. ¿Te imaginas lo que han de enfrentar para socializar en la escuela? O, como adultos, ¿para ir a comer a un restaurante?, ¿para ir al teatro o al cine?, ¿tomar una copa en un bar repleto de gente?, ¿comprarse ropa?, ¿para ir al súper? Y ni hablar de los problemas para conseguir pareja o empleo.

Duros como somos para juzgar, de inmediato podríamos concluir que un niño o un adulto es obeso por falta de voluntad o por un exceso de autocomplacencia. Los investigadores sugieren excavar un poco más profundo, antes de arrojar la piedra.

Primero, habría que ponernos en los zapatos de quienes padecen obesidad; sentir el brutal estigma social y soledad que los acompaña, lo marginados que viven, lo propensos a la depresión que son, los altos costos médicos y de salud que pagan, y lo que significa transitar por una espiral descendente de vacío e ideas suicidas.

¿Los culpables? La ignorancia social, el estilo de vida estresante, el mundo de pantallas de todos tamaños (celular, computadora, cine) que nos seducen y facilitan tanto el trabajo como el entretenimiento, pero que nos vuelven sedentarios; la dieta según la cual muchos niños desayunan un refresco antes de ir a la escuela.

La comodidad y conveniencia de la mamá al preparar comidas o refrigerios prácticos, pero nada nutritivos; el encarecimiento de la fruta y la verdura, y el abaratamiento de la comida chatarra en proporción inversa.

Es una realidad que el Gobierno no ha implantado un programa serio para combatir la obesidad. La falta de educación provoca que la gordura sea contagiosa, pues si en la familia hay obesos, se incrementan las probabilidades de que los miembros más pequeños lo sean; en fin, las causas pueden ser muchas...

Sin embargo, los expertos en el tema de salud dirigen la principal mirada acusatoria a la desmedida ambición de la industria de comida chatarra que, sin escrúpulos, utiliza las grasas más dañinas y baratas para incrementar sus ganancias, o agregan toneladas de azúcar y químicos que, como saben, crean adicción.

Asimismo, creo que como sociedad debemos ser conscientes de, por ejemplo, la responsabilidad de los mercadólogos, cuya publicidad abusa de la inocencia de los niños que no saben discernir entre lo divertido del comercial y el perjuicio potencial del producto.

De igual forma, los medios son responsables al rendirse ante intereses económicos; y, por supuesto, los papás, que ni pestañeamos al ver cómo la comida chatarra seduce a nuestros hijos con juguetitos gratis.

Necesitamos comprender más a las personas obesas y dirigir esa mirada acusatoria a quien en verdad la merece.

 
www.gabyvargas.com

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